domingo, 31 de enero de 2016

¿Tiene futuro aún nuestro carisma eudista?

Todo carisma –lo sabemos- es un don que el Espíritu hace a una iglesia, a una comunidad o persona, al servicio siempre de la Misión que les confía Jesús. Don que, en el caso de las instituciones históricas, es heredado no como un peso muerto sino como un dinamismo que debe ser actualizado en el desarrollarse de la historia.

Vale aquí lo mismo que algún teólogo afirmaba acerca de las tradiciones: el carisma debe entenderse como el carisma vivo de unos seres humanos ya muertos, y no como un carisma muerto vivido por hombres vivos.

Esto obliga a las instituciones nacidas del Espíritu a plantearse constantemente si el modo como están viviendo su carisma es vivo o muerto. Y preguntarse si están sirviendo ese vino siempre nuevo de la gracia en vasijas nuevas... 

Obviamente también los eudistas hemos de hacerlo en relación con la vivencia de la misericordia. Y ello, sobre todo porque el tema de la misericordia, que dinamiza nuestro carisma y es simplemente cristiana, afronta hoy diversos cuestionamientos. 

Hay, por ejemplo, quienes afirman, incluso dentro de la iglesia, que la misericordia (=compasión) ya no tiene cabida en los compromisos misioneros actuales, porque luce demasiado light frente a la necesidad de librar una lucha frontal contra la injusticia. En otras palabras, el lenguaje-acción de la compasión resultaría muy suave y hasta peligroso para expresar lo que realmente necesitan los pueblos sufrientes. Según ellos la compasión ya ha pasado de moda.

Si así fuera, los eudistas tendríamos un serio problema puesto que hemos venido definiendo nuestro carisma precisamente desde esa misericordia que para Juan Eudes fue como un principio unificador de toda su espiritualidad y  de la tarea que nos dejó en herencia.

¿Deberemos, entonces, olvidarnos de su mensaje e irnos más bien al lenguaje duro del evangelio sobre la injusticia?

Sobre la mesa  de reflexión queda este tema, que tendremos que dilucidarlo claramente y cuanto antes pues en ello se juega nuestra autenticidad congregacional de hoy y de mañana.

Preguntas para el diálogo y la reflexión:

1.  ¿Es válida la objeción mencionada?
2. ¿O quizás de lo que se trata, más bien, es de expresar esa misericordia «con nuevo ardor, nuevos métodos y nuevas expresiones» (consigna del papa Juan Pablo II para la nueva evangelización)?...
3.  En este último caso, ¿cuáles deberían o podrían ser hoy, por ejemplo, ese nuevo ardor, esos nuevos métodos y esas nuevas expresiones de nuestro carisma?
4. Otras...

Nuestros deseo, objetivo y preocupación principales: Juan Eudes



"Nuestro deseo, nuestro objetivo y nuestra principal preocupación, deben ser formar a Jesús en nosotros y hacer que en nuestros corazones reinen su espíritu, su devoción, sus afectos, sus deseos y sus disposiciones. 

Toda nuestra vida religiosa debe tender a eso. 
Tal es la tarea que Dios nos ha confiado para que trabajemos en ella constantemente". 

San Juan Eudes
"La vida y el reinado de Jesús en las almas cristianas"

Jesús, el hombre del amor misericordioso

El N.T. nos muestra a Jesús como  el que existía sólo para y por los demás, el Padre y los hombres. Hechos 10,38 sintetiza su ministerio en una sola frase: «el que pasó haciendo el bien»; y todo el N.T., en sintonía con la gran tradición profética del A.T., nos explica cómo fue ese «pasar haciendo el bien». 
La carta a los Hebreos, por su parte, muestra a Jesús, de manera sistemática, como el hombre fiel a Dios y a los hombres, cercano y solidario con ellos en la misericordia, que «no se avergüenza de llamarlos herma­nos» (Heb 2,12). Juan Eudes comenta a tal respecto: «todos los instantes de su vida, los empleó por nosotros: sus pensamientos, palabras y ac­ciones, y los pasos que dio estuvieron todos consagrados a nuestra sal­vación...».
Y esta conducta no fue sólo expresión de un alma noble, sino una verdadera reve­la­ción del corazón de Dios; de ese modo se reveló, definitivamente, el verdadero nombre y rostro de Dios, como el «Abbá», o sea, un Padre de bondad, ternura y misericordia. El es el «Padre santo» (Jn 17,11) y el «Padre justo» (Jn 17,26). 
Como «Padre santo» rompe las estrecheces de la crea­ción, quiebra todos nuestros mol­des y habita en los cielos; como «Padre justo» es el Dios que se compadece de nuestra pequeñez y planta su tienda entre nosotros, el Dios que nos ofrece su Reino. Ambas expresiones -abbá y la cercanía del Reino de Dios-  vie­nen a significar, en la enseñanza de Jesús, lo mismo: que Dios es amor ab­soluto, gra­tuito e incondicional; es decir, que ama sin exigir condiciones previas para que su amor pueda darse, porque es puro don; y que Él es siempre quien ama pri­mero, sin que las actuaciones concretas, incluídos los pecados, de los hombres puedan alterar su amor (cf. Mt 5,46-47 y Lc 6,33).
Por eso los evangelios se hacen «buena noticia»: comienzan diciéndonos que Je­sús es el «Dios con nosotros» y luego nos muestran su existencia enteramente dedi­cada a insertar la bondad de Dios en la historia y condición humana; incluso para explicitar el mis­terio de Cristo -su cruz y resurrección- se ven forzados a narrar lo con­creto de su vida, su «ser como nosotros», presentándolo como un auténtico evan­gelio del Padre de las misericordias. 
En pocas palabras, el anuncio de Jesús sobre el Padre resume de modo muy personal la totali­dad de su evangelio. Y lo que él nos revela, con sus obras y palabras, es que el Pa­dre tiene corazón: a exponerlo explicarlo estu­vieron encaminadas las pa­rábolas de la misericordia, las bienaventuranzas, y muchos otros signos. Ahí nació la acendrada devoción de Juan Eudes al Corazón de Cristo.

viernes, 29 de enero de 2016

Una espiritualidad eudista para nuestros días

La espiritualidad propuesta por san Juan Eudes es, ante todo, un sistema de valores enfrentados a ciertos antivalores en boga: el dinero, el placer, el egoísmo disfrazado, etc. En cuanto tal, sólo posee una existencia virtual, que se actualiza en la medida en que cada quien la expresa en obras convincentes y coherentes.

Ninguna espiritualidad, hasta las más elevadas y famosas, si no son permanentemente reinventadas en una tradición viva, se oscurecen y degeneran. «Al nacer, alimentan, exaltan, animan, mueven; pero con el paso del tiempo se van adormeciendo e incluso envenenando» (1).
En el marco eudista, para que nuestra espiritualidad sea viviente y creadora, la frecuentación de los textos que dejó san Juan Eudes, así como los estudios e investigaciones de orden científico, son absolutamente indispensables para la verdad misma de la experiencia que deseamos descubrir. De esa manera se capta la importancia de no aislar los escritos eudianos de su persona, de su vida y de sus actividades, y pasar de la palabra al ser, utilizando los instrumentos de conocimiento que poseemos hoy para encontrarnos con ese ser humano que se llamó Juan Eudes y con su experiencia espiritual, más allá de sus palabras, sus frases y sus conceptos. 
Esta búsqueda nos llevará a captar la vena creadora y la fecundidad de su vida interior. Luego tendremos que esforzarnos en acceder nosotros también a su personal experiencia espiritual, reviviéndola y “recreándola” de aluna manera, para nuestro tiempo.
Si procedemos así, Juan Eudes nos conducirá necesariamente al Evangelio y a Jesús. Este modo de buscar y descubrir la experiencia tal que nos permita acceder a ella, hacerla revivir y recrearla, no es nuevo. Lo ha sido de todos los tiempos, incluso en los tiempos originales porque el mismo Juan Eudes nos lo propone con relación a Jesús. Nos bastaría con atender a lo que nos sugiere en Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas para convencernos.
Hoy más que nunca se necesitan hombres y mujeres de oración, adoración, misión y compromiso, como los que Juan Eudes proponía, es decir, tan persuadidos de la necesidad de su tarea que, incluso cuando se sientan privados de toda posibilidad de acción sobre sus semejantes, sepan responder a lo esencial de su vocación reviviendo a Dios desde y en los desiertos contemporáneos. Y también hombres de misericordia y compromiso.   

Un nuevo tiempo comienza, nos viene insistiendo el papa Francisco. Como lo había dicho bien el P.  de Blavette: «Jesús quiere vivirlo en mí y en ti. No se encerró sino que se mantiene caminando y viviendo en medio de los hombres de hoy”[2]Conmigo y contigo Jesús está entre los hombres de hoy… Y en nosotros él no deja de ser enviado, a lo largo de cada día que comienza, a toda la humanidad de nuestro tiempo, de todos los tiempos, de mi ciudad y del mundo entero.

Y para responder a esa misión, nosotros debemos siempre oler a pueblo, a calle, a barrio y a compromiso.  Es el deseo reiterado constantemente por el Papa Francisco.

(1) Cit. Por Charles-Henri de Blavette, en L‘école française de spiritualité, en Vie Eudiste (1999-1) 14

(2) Ibid.

INICIO DEL PRESENTE BLOG.....

El presente Blog, que apenas estamos iniciando, irá recogiendo y ofreciéndonos, día a día, artículos, imágenes y reflexiones  sobre nuestra riqueza espiritual eudista,  para que todos, Incorporados, Asociados, Formandos, Religiosas, Misioneros, Amigos y demás integrantes de  nuestra gran Familia vayamos renovando nuestra vocación, nuestra identidad  y nuestro compromiso. 
Poco a poco irán ofreciéndonos sencillas enseñanzas, que intentarán motivarnos para nuestro ejercicio  como  Misioneros y Misoneras de la Misericordia, y propiciar en todos un encuentro personal y comunitario, con Jesús, rostro Misericordioso del Padre
Hoy más que nunca se nos reclama una sólida experiencia espiritual. Las circunstancias actuales exigen una fe que se asuma y se viva como compromiso con el hermano. Tenemos una oportunidad para seguir apostando, igual que  San Juan Eudes, por la Misericordia. Ojalá que este espacio nos mueva a producir frutos que puedan ser aplicados en nuestras realidades. 
E invitamos a todos a hacernos llegar sus aportes sobre el tema, para irlos publicando, y a hacer conocer de otros los que aquí se vayan ofreciendo.
Pidamos a María, la Madre del Amor amoroso, que nos acompañe y guíe en este caminar mediático.
Como Eudistas vayamos todos, con Jesús, hacia el Padre de la Misericordia.


P. Humberto Hernández

Superior Provincial