sábado, 26 de marzo de 2016

Acoger en el corazón implica adoración y compasión

“Hemos de acoger en el corazón las miserias de los que sufren” nos pide san Juan Eudes. Esa acogida debe ser simultánea con la acogida al amor de Dios; mejor dicho, esa acogida que tiene en cuenta la propia miseria acogida en el corazón de Dios y así se hace sensible a la miseria del prójimo, debe ser tal que toque el fondo del ser y ponga en movimiento los mecanismos vitales del amor. Es así como la reacción ante el dolor del prójimo se hace, a la vez, adoración y compasión, como dos aspectos de la misma realidad.
Porque cuando esa acogida a las miserias del hermanp alcanza el impulso de vida fundamental, surge un movimiento hacia el otro (el prójimo) y el Otro (Dios) como fuente de un compromiso hecho servicio.
Ello implica entrar en la experiencia de la misericordia, abrirnos a la "compasión", aprender a "llevar en el corazón" al prójimo. Nace así, en el mundo interior, una cualidad y una totalidad de acogida en las que la adoración y la compasión son dos aspectos indisociables de la reacción ante lo que se acoge o se "recibe".
La capacidad de "llevar en el corazón" constituye la condición fundamental del compromiso. Es así como, a lo largo de todo el camino espiritual eudista, se habla tanto de receptividad como de acogida simultánea al amor de Dios y a las miserias humanas.
Y Cuando lo que se acoge es la miseria del otro llevada por Dios mismo en su “corazón”, la ADORACIÓN se convierte en COMPASIÓN, y la COMPASIÓN se convierte en ADORACIÓN.
En otras palabras,  la vivencia de misericordia en su totalidad hace que se experimenten al mismo tiempo la adoración y la compasión, como dos aspectos de una misma reacción del fondo del ser:
- la acogida de la infinita bondad de Dios que salva: adoración
- la acogida de la miseria del otro: compasión
La receptividad hace surgir esta energía de adoración-compasión, generando así el proceso de compromiso y entrega. Porque una adoración-contemplación que no se traduzca en compasión y compromiso, que no sea creadora, no es verdadera contemplación. Un compromiso militante que no se inspira en la mirada contemplativa, no es libre, ni liberador, ni creativo. Donde se da lo uno se da lo otro, y donde falta lo uno falta lo otro.
"Nosotros  adoramos  en  el  Padre  eterno dos grandes e inefables perfecciones... La primera es su divina Paternidad... La segunda.. es aquella que se expresa en las Escrituras, cuando se le llama "el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación", para hacernos ver que El lleva todas nuestras miserias en su corazón; que ellas lo conmueven vivamente (compasión: sufrir con...J ... y que tiene un deseo infinito de liberarnos de ellas” (O.C., VII, 499-500).
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Primacía del principio misericordia


«De todas las obligaciones humanas, 
la misericordia no tiene igual en este mundo, 
e incluso en los reinos celestiales. 
Aquel que entiende su deber con la sociedad así, 
vive verdaderamente. 
Todos los demás serán contadas entre los muertos».



Tirukkural

viernes, 25 de marzo de 2016

MISERICORDIA: Dios nos sigue interpelando desde los crucificados de nuestros días


MISERICORDIA ES TAMBIEN BAJAR DE LA CRUZ A LOS POBRES

Ramos y palmas por todos "los crucificados del mundo". Ésa fue la idea principal que aglutinó la celebración del domingo de Ramos en la madrileña iglesia de San Antón de Mensajeros de la paz. El presidente de la eucaristía, monseñor Juan José Aguirre, obispo de Bangassou, recordó " a los millones de crucificados en los calvarios del mundo", mientras el padre Ángel exigía "humanidad y justicia ante la vergüenza de los refugiados".
La celebración comenzó con una procesión por las calles del barrio de Chueca de la borriquilla de San Antón, entre palmas y ramos y música interpretada por la banda de música de Morata de Tajuña. Tras la procesión, la eucaristía, en un templo a rebosar. Una celebración sentida y profunda. Con llamadas a la conciencia de la gente y del mundo tanto del padre Ángel como del obispo de Bangassou (Centroáfrica).
El fundador de Mensajeros de la Paz leyó una parábola actualizada del buen samaritano y, además de exigir "justicia ante la vergüenza de los refugiados", aseguraba que "su drama nos encoge el corazón y avergüenza a Europa". Y terminó pidiendo a los políticos que "no pasen de largo ante los tirados en las cunetas del exilio y que, como acaba de pedir el Papa, abran sus corazones y las puertas de sus países a los refugiados que llaman a ellas".
En la misma línea se pronunció, en su homilía, el obispo español, misionero en Centroáfrica. "Vengo del corazón mismo de África, donde trabajo desde hace 28 años, en la diócesis de Bangassou, que es como la mitad de Andalucía".
Y, para ilustrar sobre su diócesis a los presentes, monseñor Aguirre explicaba que "allí vivimos todo el año las llagas y la pasión de Cristo. Centroáfrica está crucificada durante todo el año, con continuas experiencias de cruz y de resurrección, como las que acabamos de escuchar en la lectura del Evangelio de la pasión".
El prelado señaló que "entre las personas que insultaban, maltrataban, pegaban y crucificaban a Jesús no había ninguna mujer". Quizás porque "la Iglesia, allá en mi diócesis africana y también aquí, está cimentada en las mujeres". Por eso las mujeres son las primeras que acuden a la llamada del misionero, para "escuchar la palabra de Dios bajo el árbol de la comunidad, que une el cielo y la tierra".
Monseñor Aguirre también subrayó la idea de que, en toda la pasión, de la boca de Jesús sólo salen palabras de perdón. Y algo parecido sucede en Centroáfrica, donde "hemos vivido y seguimos viviendo momentos de guerra civil, de muerte y de sufrimiento". Pero con experiencias de perdón, como la de la mujer que no quiso conocer al hombre que mandó matar a su marido, "para no tener que odiarlo toda la vida".
También recordó el obispo comboniano la visita del Papa a Centroáfrica. "Una visita mágica, que eliminó barreras e hizo caer líneas rojas, porque, como yo mismo le aconsejé, nos habló mucho de perdón. De un perdón sin condiciones y gratuito".
Huyendo de aquel infierno, algunos centroafricanos "huyeron del país, cruzando el desierto, para llegar a Europa". Pero sólo unos pocos, porque "la mayoría no tiene el dinero suficiente para hacerlo". Y de ahí que la inmensa mayoría de los refugiados africanos se queden en el interior africano, en los países limítrofes de Sudán o del Congo. "Hay miles en Centroáfrica y los acogemos a todos y les damos tierras para trabajar, a pesar de que somos el segundo país más pobre del mundo".
Desde África y, hoy, desde Siria y desde otros países, sigue llegando un rio de refugiados, a los que Europa les da con la puerta en las narices y quiere impedirles el paso. Ante este drama, monseñor Aguirre pedía dos cosas. Primero, "¡que alguien haga algo para detener al Isis y a los miserables que crearon ese monstruo que siembra muerte y destrucción!". Y, en segundo lugar, solicitaba acogida total, con fronteras abiertas, sin concertinas ni alambradas, para todos los refugiados.
Para los que vienen del Oriente Medio y para los que llegan procedentes de África y se topan con las vallas de Ceuta y Melilla y tienen que permanecer hacinados y en pésimas condiciones en los alrededores de Tánger, como denuncia su arzobispo, monseñor Agrelo. "Hay sitio para todos. Tenemos que acogerlos sin aspavientos y sin condiciones, porque son nuestros hermanos", concluyó monseñor Aguirre.

Y la gente asentía desde los bancos de la iglesia de San Antón, convertida para la ocasión en el templo de los ramos y palmas levantados para reclamar justicia con los refugiados y con los emigrantes, que buscan asilo en la rica Europa sin entrañas de misericordia.

jueves, 24 de marzo de 2016

CANCION PARA ORAR Y PENSAR: VIVIR PARA SERVIR SALOMÉ ARRICIBITA

SERVIR ES FORJAR VIDA PARA QUE PUEDA SER. Servir es ayudar de tú a tú, de corazón a corazón. Servir significa a veces renunciar a los propios planes para el bien de los otros, servir significa dignificar al otro, amarlo y cuidarlo, es decirle sin necesidad de palabras que es una persona digna de ser amada. Servir es descalzarse y arrodillarse ante la fragilidad del otro, ante la tierra sagrada de su intemperie, su necesidad, su inseguridad. Servir es dar vida, generar vida. SERVIR ES FORJAR VIDA PARA QUE PUEDA SER.



Te ciñes la toalla y te arrodillas a mis pies
Tú, mi Señor, mi Maestro, y no lo puedo entender
se remueven mis entrañas, no quiero dejarte hacer
necesito lavarme entero, y no solamente los pies

Tu mirada transparente, con amor se clava en mí
con ternura me descalzas, pides que confíe en Ti
y tu gesto me desarma y me hace comprender al fin
que quien no vive sirviendo, no sirve para vivir

QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR
QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR (bis)

QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR
QUIÉN NO VIVE PARA SERVIR,
NO SIRVE PARA VIVIR (bis)


Salomé Arricibita

MISERICORDIA EN OBRAS: Visitar a los presos

- ¿Visitar a los presos?
- Sí, eso mismo. Una obra de misericordia.
- Pero no será a todos… se referirá a los presos que son conocidos, a los familiares…
- No.
- Entonces… a los inocentes o injustamente encarcelados, ¿no?
- No. Se refiere a los presos. Sin adjetivo ninguno.
- ¡¡¡Pero eso no es lógico!!! ¿Te refieres a los que se han dado cuenta del mal que han hecho, se han arrepentido y quieren cambiar?
- No. Me refiero a los presos, a todos.
- ¡¡¡Pero si no se lo merecen!!! Algo habrán hecho para estar encerrados…
- Por eso hay que visitarlos, porque no se lo merecen…
- Eso es ilógico… No tiene sentido.
- Sí, es ilógico… eso es verdad, pero sí que tiene sentido, aunque no en la lógica en la que te mueves. Precisamente por eso es “misericordia”, porque no atiende a la lógica de los méritos y merecimientos. 
- Entonces… ¿no es visitarlos porque sean inocentes, o porque se hayan arrepentido? 
- No. Es por misericordia, por gratuidad, no por merecerlo o no; es independientemente de si el castigo es justo o no, es independientemente de si su pecado fue muy grande o pequeño, si tiene más motivos para estar entre rejas o menos… Esa no es la lógica de Dios, ni la de la misericordia.
- Pufffff… Yo entiendo que el desnudo, el hambriento, el enfermo… puedan conmover el corazón y provocar una respuesta en su ayuda; pero ante un crimen o un delito ¿no despierta más compasión las víctimas que los verdugos?
- Sí, claro. Pero es que la misericordia también rompe con esa lógica. 
- Creo que te entiendo… Lo dices porque muchos presos, en el fondo, son víctimas de una sociedad y de unas estructuras injustas que parecen no dejar otra salida para algunos marginados que la de delinquir para sobrevivir…
- Sí, lo digo por ésos, pero no sólo por ellos. También por aquellos cuyo delito nace del propio egoísmo, de la ira incontrolada, del mal que a veces se instala en los corazones humanos…
- ¡¡¡Uy!!! Yo a ésos no los visito… no me sale de dentro.
- Entonces es que ésos son los más se “merecen” ser visitados, y ahí radica la verdadera misericordia, la que muchas veces no nace de un corazón conmovido sino del esfuerzo de tener que hacer de “tripas corazón”, pero confiando en una esperanza que no entiende de nuestras lógicas.
- No sé… parece que esto de visitar a los presos rompe con todas las lógicas…

- Sí, con casi todas. Lo que pasa es que el amor tiene un lenguaje propio muy particular, capaz de bendecir a los malditos, de acariciar a los que nadie quiere tocar, y de visitar a quien es separado y confinado para que nadie lo visite… se lo merezca o no.

Despedida inolvidable - José Antonio Pagola


También Jesús sabe que sus horas están contadas. Sin embargo no piensa en ocultarse o huir. Lo que hace es organizar una cena especial de despedida con sus amigos y amigas más cercanos. Es un momento grave y delicado para él y para sus discípulos: lo quiere vivir en toda su hondura. Es una decisión pensada.
Consciente de la inminencia de su muerte, necesita compartir con los suyos su confianza total en el Padre incluso en esta hora. Los quiere preparar para un golpe tan duro; su ejecución no los tiene que hundir en la tristeza o la desesperación. Deben compartir juntos los interrogantes que se despiertan en todos ellos: ¿qué va a ser del reino de Dios sin Jesús? ¿Qué deben hacer sus seguidores? ¿Dónde van a alimentar en adelante su esperanza en la venida del reino de Dios?
Al parecer, no se trata de una cena pascual. Es cierto que algunas fuentes indican que Jesús quiso celebrar con sus discípulos la cena de Pascua o séder, en la que los judíos conmemoran la liberación de la esclavitud egipcia. Sin embargo, al describir el banquete, no se hace una sola alusión a la liturgia de la Pascua, nada se dice del cordero pascual ni de las hierbas amargas que se comen esa noche, no se recuerda ritualmente la salida de Egipto, tal como estaba prescrito.
Por otra parte es impensable que esa misma noche en la que todas las familias estaban celebrando la cena más importante del calendario judío, los sumos sacerdotes y sus ayudantes lo dejaran todo para ocuparse de la detención de Jesús y organizar una reunión nocturna con el fin de ir concretando las acusaciones más graves contra él. Parece más verosímil la información de otra fuente que sitúa la cena de Jesús antes de la fiesta de Pascua, pues nos dice que Jesús es ejecutado el 14 de nisán, la víspera de Pascua. Así pues, no parece posible establecer con seguridad el carácter pascual de la última cena. Probablemente, Jesús peregrinó hasta Jerusalén para celebrar la Pascua con sus discípulos, pero no pudo llevar a cabo su deseo, pues fue detenido y ajusticiado antes de que llegara esa noche. Sin embargo sí le dio tiempo para celebrar una cena de despedida.
En cualquier caso, no es una comida ordinaria, sino una cena solemne, la última de tantas otras que habían celebrado por las aldeas de Galilea. Bebieron vino, como se hacía en las grandes ocasiones; cenaron recostados para tener una sobremesa tranquila, no sentados, como lo hacían cada día.
Probablemente no es una cena de Pascua, pero en el ambiente se respira ya la excitación de las fiestas pascuales. Los peregrinos hacen sus últimos preparativos: adquieren pan ázimo y compran su cordero pascual. Todos buscan un lugar en los albergues o en los patios y terrazas de las casas. También el grupo de Jesús busca un lugar tranquilo. Esa noche Jesús no se retira a Betania como los días anteriores. Se queda en Jerusalén. Su despedida ha de celebrarse en la ciudad santa. Los relatos dicen que celebró la cena con los Doce, pero no hemos de excluir la presencia de otros discípulos y discípulas que han venido con él en peregrinación. Sería muy extraño que, en contra de su costumbre de compartir su mesa con toda clase de gentes, incluso pecadores, Jesús adoptara de pronto una actitud tan selectiva y restringida.

¿Podemos saber qué se vivió realmente en esa cena?

Jesús vivía las comidas y cenas que hacía en Galilea como símbolo y anticipación del banquete final en el reino de Dios. Todos conocen esas comidas animadas por la fe de Jesús en el reino definitivo del Padre.
Es uno de sus rasgos característicos mientras recorre las aldeas. También esta noche, aquella cena le hace pensar en el banquete final del reino. Dos sentimientos embargan a Jesús. Primero, la certeza de su muerte inminente; no lo puede evitar: aquella es la última copa que va a compartir con los suyos; todos lo saben: no hay que hacerse ilusiones. Al mismo tiempo, su confianza inquebrantable en el reino de Dios, al que ha dedicado su vida entera. Habla con claridad: «Les aseguro: ya no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que lo beba, nuevo, en el reino de Dios». La muerte está próxima. Jerusalén no quiere responder a su llamada. Su actividad como profeta y portador del reino de Dios va a ser violentamente truncada, pero su ejecución no va a impedir la llegada del reino de Dios que ha estado anunciando a todos. Jesús mantiene inalterable su fe en esa intervención salvadora de Dios. Está seguro de la validez de su mensaje. Su muerte no ha de destruir la esperanza de nadie. Dios no se echará atrás. Un día Jesús se sentará a la mesa para celebrar, con una copa en sus manos, el banquete eterno de Dios con sus hijos e hijas. Beberán un vino «nuevo» y compartirán juntos la fiesta final del Padre. La cena de esta noche es un símbolo.

Movido por esta convicción, Jesús se dispone a animar la cena contagiando a sus discípulos su esperanza.
Comienza la comida siguiendo la costumbre judía: se pone en pie, toma en sus manos pan y pronuncia, en nombre de todos, una bendición a Dios, a la que todos responden diciendo «amén». Luego rompe el pan y va distribuyendo un trozo a cada uno. Todos conocen aquel gesto. Probablemente se lo han visto hacer a Jesús en más de una ocasión. Saben lo que significa aquel rito del que preside la mesa: al obsequiarles con este trozo de pan, Jesús les hace llegar la bendición de Dios. ¡Cómo les impresionaba cuando se lo daba a los pecadores, recaudadores y prostitutas! Al recibir aquel pan, todos se sentían unidos entre sí y con Dios. Pero aquella noche, Jesús añade unas palabras que le dan un contenido nuevo e insólito a su gesto. Mientras les distribuye el pan les va diciendo estas palabras: «Esto es mi cuerpo. Yo soy este pan. Véanme en estos trozos entregándome hasta el final, para hacerles llegar la bendición del reino de Dios».

¿Qué sintieron aquellos hombres y mujeres cuando escucharon por vez primera estas palabras de Jesús?Les sorprende mucho más lo que hace al acabar la cena. Todos  conocen el rito que se acostumbra. Hacia el final de la comida, el que presidía la mesa, permaneciendo sentado, cogía en su mano derecha una copa de vino, la mantenía a un palmo de altura sobre la mesa y pronunciaba sobre ella una oración de acción de gracias por la comida, a la que todos respondían «amén». A continuación bebía de su copa, lo cual servía de señal a los demás para que cada uno bebiera de la suya. Sin embargo, aquella noche Jesús cambia el rito e invita a sus discípulos y discípulas a que todos beban de una única copa: ¡la suya! Todos comparten esa «copa de salvación» bendecida por Jesús. En esa copa que se va pasando y ofreciendo a todos, Jesús ve algo «nuevo» y peculiar que quiere explicar: «Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre. Mi muerte abrirá un futuro nuevo para ustedes y para todos». Jesús no piensa solo en sus discípulos más cercanos.
En este momento decisivo y crucial, el horizonte de su mirada se hace universal: la nueva Alianza, el reino definitivo de Dios será para muchos, «para todos» .
Con estos gestos proféticos de la entrega del pan y del vino, compartidos por todos, Jesús convierte aquella cena de despedida en una gran acción sacramental, la más importante de su vida, la que mejor resume su servicio al reino de Dios, la que quiere dejar grabada para siempre en sus seguidores. Quiere que sigan vinculados a él y que alimenten en él su esperanza. Que lo recuerden siempre entregado a su servicio. Seguirá siendo «el que sirve», el que ha ofrecido su vida y su muerte por ellos, el servidor de todos. Así está ahora en medio de ellos en aquella cena y así quiere que lo recuerden siempre. El pan y la copa de vino les evocará antes que nada la fiesta final del reino de Dios; la entrega de ese pan a cada uno y la participación en la misma copa les traerá a la memoria la entrega total de Jesús. «Por ustedes»: estas palabras resumen bien lo que ha sido su vida al servicio de los pobres, los enfermos, los pecadores, los despreciados, las oprimidas, todos los necesitados... Estas palabras expresan lo que va a ser ahora su muerte: se ha «desvivido» por ofrecer a todos, en nombre de Dios, acogida, curación, esperanza y perdón.
Ahora entrega su vida hasta la muerte ofreciendo a todos la salvación del Padre.
Así fue la despedida de Jesús, que quedó grabada para siempre en las comunidades cristianas. Sus seguidores no quedarán huérfanos; la comunión con él no quedará rota por su muerte; se mantendrá hasta que un día beban todos juntos la copa de «vino nuevo» en el reino de Dios. No sentirán el vacío de su ausencia: repitiendo aquella cena podrán alimentarse de su recuerdo y su presencia. Él estará con los suyos sosteniendo su esperanza; ellos prolongarán y reproducirán su servicio al reino de Dios hasta el reencuentro final. De manera germinal, Jesús está diseñando en su despedida las líneas maestras de su movimiento de seguidores: una comunidad alimentada por él mismo y dedicada totalmente a abrir caminos al reino de Dios, en una actitud de servicio humilde y fraterno, con la esperanza puesta en el reencuentro de la fiesta final.
¿Hace además Jesús un nuevo signo invitando a sus discípulos al servicio fraterno? El evangelio de Juan dice que, en un momento determinado de la cena, se levantó de la mesa y «se puso a lavar los pies de los discípulos». Según   el relato, lo hizo para dar ejemplo a todos y hacerles saber que sus seguidores deberían vivir en actitud de servicio mutuo: «Lávense los pies unos a otros». La escena es probablemente una creación del evangelista, pero recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús. El gesto es insólito.
En una sociedad donde está tan perfectamente determinado el rol de las personas y los grupos, es impensable que el comensal de una comida festiva, y menos aún el que preside la mesa, se ponga a realizar esta tarea humilde reservada a siervos y esclavos. Según el relato, Jesús deja su puesto y, como un esclavo, comienza a lavar los pies a los discípulos. Difícilmente se puede trazar una imagen más expresiva de lo que ha sido su vida, y de lo que quiere dejar grabado para siempre en sus seguidores. Lo ha repetido muchas veces: «El que quiera ser grande entre ustedes, será su servidor; y el que quiera ser el primero entre ustedes, será esclavo de todos». Jesús lo expresa ahora plásticamente en esta escena: limpiando los pies a sus discípulos está actuando como siervo y esclavo de todos; dentro de unas horas morirá crucificado, un castigo reservado sobre todo a esclavos.



La cena pascual de Jesús hoy tiene otros protagonistas y otros panes


miércoles, 23 de marzo de 2016

sábado, 19 de marzo de 2016

¿Seremos nosotros realmente de los primeros en entrar?


¿Quiénes son o serán los últimos?, ¿quiénes los primeros? Jesús nos lo ha dicho muy claramente, aunque nosotros nos hagamos los locos para no entenderlo. 
Por eso caben ciertas preguntas preocupantes: Al final, ¿qué será de nosotros, los que gastamos horas y horas presumiendo de que Él ha comido en nuestras plazas y predicado en nuestras calles?, ¿De los que nos pasamos la vida señalando y condenando a los que ‘no son de los nuestros’? ¿De los que vivimos indiferentes ante el sufrimiento y la marginación de los pequeños de este mundo?
Seguimos empeñados en entrar por la puerta principal, por la ancha, por la de primera división. Pero lo hacemos tan mal que a lo mejor, si no fuera por pura misericordia divina, ni siquiera atinaríamos con alguna puerta.
¿Entenderemos alguna vez que los primeros para Dios son precisamente los que nosotros tenemos como últimos? ¿Y que sólo con ellos y desde ellos atinaremos con la puerta de entrada a cielo?
Y no tengo duda alguna de que, entonces y sólo entonces, el Señor mismo será quien salga, de primero, a abrirnos la puerta de su Reino: «Porque tuve hambre y Ustedes me dieron de comer...”, etc. etc.

Para evangelizar hay que empezar por leer el dolor de la gente



Cipriano, yo pienso que el misionero
no es sólo alguien que enseña a leer la Biblia,
y tantos libros piadosos
de los que habla la gente.

Hermano, yo pienso que
evangelizar es aprender y enseñar a leer,
en los ojos de la gente,
el dolor de los pueblos,
la enfermedad de los niños,
la angustia de la mujer que pare en la calle,
la tos del minero que escupe sangre y mancha de sangre,
la estatua de la libertad neoyorquina.

Hay que aprender a leer
el hambre que toca a la puerta,
el frío que pasa por la calle,
la oscuridad del que busca...
 y no encuentra.

Cipriano, yo pienso que
primero debemos evangelizar
a los que saben leer la Biblia
pero no saben leer el dolor de la gente.




Paráfrasis de un poema de Julio Zabala, poeta Nicaragüense

Siempre misericordiosos como Dios


Un día, Abraham invitó a un mendigo a comer en su tienda.
Cuando Abraham estaba dando gracias, el otro empezó a maldecir a Dios y a decir que no soportaba oír su santo Nombre.
Presa de indignación, Abraham echó al blasfemo de su tienda.
Aquella noche, cuando estaba haciendo sus oraciones, le dijo Dios a Abraham: 


“Ese hombre ha blasfemado de mí y me ha injuriado durante cincuenta años y, sin embargo, yo le he dado de comer todos los días. ¿No podías haberlo soportado tú durante un solo almuerzo?”. 

CELEBRANDO A SAN JOSE CON SANJ UAN EUDES

San Juan Eudes expresó siempre una gran devoción a San José. 
Le compuso un oficio, una salutación, unas letanías, recomendó su devoción en cada misión especialmente entre los jóvenes y lo declaró patrono secundario de la Congregación de Jesús y María. 
Para san Juan Eudes, la devoción  a san José debe estar unida siempre a un profundo amor.


SALUTACIÓN A SAN JOSÉ (Ave Joseph) 
Alégrate, José, imagen de Dios Padre, 
Alégrate, José, Padre de Dios Hijo, 
Alégrate, José, Sagrario del Espíritu Santo, 
Alégrate, José, amado de la santa Trinidad, 
Alégrate, José, fiel colaborador del designio de Dios, 
Alégrate, José, digno esposo de la Virgen Madre, 
Alégrate, José, Padre de todos los fieles, 
Alégrate, José, guardián de las santas vírgenes, 
Alégrate, José, observante del sagrado silencio, 
Alégrate, José, amante de la santa pobreza, 
Alégrate, José, ejemplo de paciencia y mansedumbre, 
Alégrate, José, espejo de humildad y de obediencia. 
Bendito seas entre todos los hombres, 
Benditos tus ojos que vieron lo que viste, 
Benditos tus oídos que oyeron lo que oíste, 
Benditas tus manos que estrecharon al Verbo hecho carne, 
Benditos tus brazos que llevaron a quien todo lo lleva, 
Bendito tu pecho en el que se reclinó dulcemente el Hijo de Dios, 
Bendito tu corazón encendido en ferviente amor a él,
Y bendito el Padre eterno que te eligió, 
Y bendito el Hijo que te amó, 
Y bendito el Espíritu Santo que te santificó, 
Y bendita María, tu esposa, que te amó como a esposo y hermano, 
Y bendito tu Ángel custodio. 
Y benditos por siempre todos los que te bendicen y te aman. 
Amén.  

jueves, 17 de marzo de 2016

ORACION COMPARTIDA DEL 19 DE MARZO - PROPUESTA POR ASOCIADOS DE LA PROVINCIA DE FRANCIA

El 19 de marzo del 2013, así se dirigía el Papa Francisco a los fieles en el solemne inicio de su ministerio petrino:

Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él, abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, los más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo, al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25, 31-46). Sólo el que sirve con amor sabe custodiar.”

En este día 19 de marzo, fiesta de San José, como nos lo recomienda San Juan Eudes, digamos juntos estas alabanzas:   

Nos alegramos contigo, José,
imagen de Dios Padre,
padre del Dios Hijo,
templo del Espíritu Santo,
amado de la Trinidad.
José, instrumento fiel del designio divino,
digno esposo de María Virgen,
modelo de los creyentes.
José, ejemplo de silencio fecundo,
de pobreza evangélica,
de humildad y obediencia.
Felices tus ojos que contemplaron al Señor,
tus oídos que escucharon su palabra,
tus manos que tocaron al Verbo encarnado.
Benditos tus brazos que llevaron al que todo lo sustenta,
tu regazo que acogió al Hijo de Dios,
tu corazón encendido en su amor.
Damos gracias al Padre que te eligió,
al Hijo que te amó,
al Espíritu Santo que te santificó.
Al Señor la gloria por siempre jamás.

Amén.

Para vivir esta cuaresma, después de haber honrado las humillaciones, privaciones, mortificaciones interiores y exteriores que Nuestro Señor sufrió durante toda su vida, especialmente cuando estuvo en el desierto, San Juan Eudes nos pide que honremos particularmente, los sufrimientos interiores y exteriores sufridos en el momento de su Pasión.

El amor a la cruz  

Una de las gracias más señaladas que Nuestro Señor nos concede en este mundo, es hacernos partícipes de su cruz. Porque nos da a beber de su cáliz y nos entrega lo que más ha amado en esta tierra. Después de su Padre, la cruz es el primer objeto de su amor, ya que por ella destruyó el pecado, que es la fuente de todos los males, y nos mereció todos los bienes del cielo y de la tierra. Con la cruz nos da lo que ha tomado para sí mismo y lo que dio a sus seres más queridos: a su dignísima Madre, a sus apóstoles y mayores amigos.

Todos los que han sido gratos a Dios han experimentado muchas tribulaciones, dice el Espíritu Santo; porque eras grato a Dios, dice el ángel Rafael a Tobías, se hizo necesario que fueras probado en la aflicción.
                            (Leccionario n° 8)

Oración: (cf. Leccionario n°8)

Digamos todos juntos

Adoremos la voluntad santísima de Dios, sometiéndonos y abandonándonos totalmente a su designio sobre nosotros.

Bendigamos, alabemos y demos gracias a Dios en todo momento, pero con mayor afecto en el tiempo de la desolación que en los consuelos, porque las aflicciones son señales mayores de su bondad.

Adoremos a nuestro Señor Jesucristo, crucificado, varón de dolores; entreguémonos al amor inmenso que le clavó en la cruz y, unidos a ese amor, aceptemos de todo corazón nuestras cruces en honor y acción de gracias por las suyas. Supliquemos a Jesús que las bendiga y santifique, y repare ante el Padre celestial el mal uso que hemos hecho de ellas para que, junto con las suyas, glorifiquen a Dios. Amen



Canto final:  AVE COR