sábado, 26 de marzo de 2016

Acoger en el corazón implica adoración y compasión

“Hemos de acoger en el corazón las miserias de los que sufren” nos pide san Juan Eudes. Esa acogida debe ser simultánea con la acogida al amor de Dios; mejor dicho, esa acogida que tiene en cuenta la propia miseria acogida en el corazón de Dios y así se hace sensible a la miseria del prójimo, debe ser tal que toque el fondo del ser y ponga en movimiento los mecanismos vitales del amor. Es así como la reacción ante el dolor del prójimo se hace, a la vez, adoración y compasión, como dos aspectos de la misma realidad.
Porque cuando esa acogida a las miserias del hermanp alcanza el impulso de vida fundamental, surge un movimiento hacia el otro (el prójimo) y el Otro (Dios) como fuente de un compromiso hecho servicio.
Ello implica entrar en la experiencia de la misericordia, abrirnos a la "compasión", aprender a "llevar en el corazón" al prójimo. Nace así, en el mundo interior, una cualidad y una totalidad de acogida en las que la adoración y la compasión son dos aspectos indisociables de la reacción ante lo que se acoge o se "recibe".
La capacidad de "llevar en el corazón" constituye la condición fundamental del compromiso. Es así como, a lo largo de todo el camino espiritual eudista, se habla tanto de receptividad como de acogida simultánea al amor de Dios y a las miserias humanas.
Y Cuando lo que se acoge es la miseria del otro llevada por Dios mismo en su “corazón”, la ADORACIÓN se convierte en COMPASIÓN, y la COMPASIÓN se convierte en ADORACIÓN.
En otras palabras,  la vivencia de misericordia en su totalidad hace que se experimenten al mismo tiempo la adoración y la compasión, como dos aspectos de una misma reacción del fondo del ser:
- la acogida de la infinita bondad de Dios que salva: adoración
- la acogida de la miseria del otro: compasión
La receptividad hace surgir esta energía de adoración-compasión, generando así el proceso de compromiso y entrega. Porque una adoración-contemplación que no se traduzca en compasión y compromiso, que no sea creadora, no es verdadera contemplación. Un compromiso militante que no se inspira en la mirada contemplativa, no es libre, ni liberador, ni creativo. Donde se da lo uno se da lo otro, y donde falta lo uno falta lo otro.
"Nosotros  adoramos  en  el  Padre  eterno dos grandes e inefables perfecciones... La primera es su divina Paternidad... La segunda.. es aquella que se expresa en las Escrituras, cuando se le llama "el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación", para hacernos ver que El lleva todas nuestras miserias en su corazón; que ellas lo conmueven vivamente (compasión: sufrir con...J ... y que tiene un deseo infinito de liberarnos de ellas” (O.C., VII, 499-500).
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