lunes, 18 de abril de 2016

MISERICORDIA Y ESPERANZA, FRENTE A LAS CRISIS DEL MUNDO

San Juan Eudes alimentaba su confianza en la palabra de Jesús, que ilumina cualquier contexto histórico por duro que parezca y nos impulsa a transformar la realidad que vivimos, desde la misericordia y la esperanza. Por eso su mensaje tiene especial sentido en estos comienzos de siglo, cuando tantas cosas deben cambiar si la especie humana quiere de veras sobrevivir y superar con dignidad los desafíos que la cercan. Y es que, cuando la barbarie parece haber alcanzado las cotas más altas de inhumanidad, una opción espiritual que hace de la misericordia su columna vertebral parece tener mayor significado y un alcance especialísimo.
Juan Eudes, hoy más que nunca, nos recuerda que los cristianos hemos de contribuir, con el anuncio y la denuncia evangélicos, a un giro de conducta deseable a nivel de humanidad, a fin de que cada uno se pregunte hasta qué punto es cómplice de esta deplorable historia humana deplorable y en qué medida debe contribuir, con su compromiso personal, a que la historia enderece su rumbo, se haga más humana, superando su divorcio respecto al plan de Dios. 
Y esto sólo puede lograrse, hoy por hoy, con una opción decidida por la misericordia al estilo de Dios. No es aventurado, entonces, afirmar que la última opción que le queda al hombre, en su lucha por subsistir sobre la tierra, es la del amor.
Urge, por lo tanto, un cambio radical de paradigma. Bertolt Brecht, siempre lúcido, exclamaba: «¡Hay que cambiar este mundo, y luego cambiar este mundo cambiado!». Volver a buscar el sentido de la vida; tantear cierto equilibrio entre el saber y el obrar; descubrir las leyes que iluminen la inteligencia y den calor al corazón; nostalgias metafísicas, misteriosamente luminosas, son ascéticas que proponen los místicos sin descanso.
Por tanto, si «ser humano significa vivir en un mundo, o sea, una realidad que esté ordenada y dé sentido a la vida»1, hay que salir en busca de ese sentido precedente, descubrirlo, acogerlo, vivir de él, confiarse a él y, desde él, hacer la vida, viviéndola como don y como tarea2. Esto implica una actitud de apertura esperanzada hacia el futuro. Tal vez sea tiempo ya de que todos los hombres aprendamos, con el filósofo Foucault, a «entender siempre el presente como producto del pasado y como sementera de lo nuevo». Y en ese aprendizaje san Juan Eudes puede sernos un maestro formidable.

Esa confianza absoluta en Dios, por un lado, y en la vocación del hombre a convertirse en un viviente, por el otro, no permite ningún relativismo moral; sólo nos manifiesta la gratuidad de una llamada que no depende de ningún privilegio personal u orientación particular. Es una invitación que nos lleva al reconocimiento de la igualdad constitutiva entre el hombre y la mujer, entre las diferentes culturas de nuestro mundo y a la comunión con el universo. Lo cual permitirá que se haga realidad aquellas palabras de Juan Eudes cuando afirma: «el mundo de la nueva criatura es un mundo de gracia, de santidad y bendición, con bellezas y delicias infinitas»3.

1  P. Berger, ibid., 63.
2 Ver H. Marcusse - K. Kopper - M. Horkheimer, A la búsqueda del sentido, Sígueme, Salamanca, 1978
3 San Juan Eudes, Ibid., p. 339.

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