sábado, 18 de junio de 2016

UN CORAZON CALIENTE: Gustavo Mesa cjm.

El cuidado que Dios tiene por cada uno de nosotros expresado en las palabras del profeta Ezequiel, cuya lectura hacemos en la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, “buscaré a las ovejas perdidas, y devolveré al redil a las que perdieron el camino; les vendaré las patas a las ovejas lastimadas, y fortaleceré a las ovejas débiles” (Ez 34, 11-16), expresa cuánto nos ama el Señor. Nos ama hasta hacerse solidario con nuestras necesidades y debilidades, con todo lo nuestro. También en la situación de desprecio y de marginación de que pueden ser víctimas unos hombres por parte de otros.

El mismo texto de Ezequiel señala que este deseo de acercarse al hombre es un acto personal de Dios, que brota de su amor. Esto es, de lo más profundo de sus sentimientos, de su Corazón santo, de su sagrado Corazón sale la iniciativa de buscarnos: «Yo mismo voy a ir en busca de mis ovejas, y yo mismo las cuidaré, tal y como las cuida el pastor cuando se halla entre sus ovejas esparcidas”.

El evangelio de Lucas, que también se lee en esa fecha, es precisamente la parábola del pastor que encuentra a su oveja: “¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y pierde una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el campo y va en busca de la oveja perdida, hasta encontrarla?” (Lc 15, 3-7).  El pasaje nos dice cómo actúa Dios quien en su inmenso amor por el hombre se alegra infinitamente por su conversión. La Palabra de Dios nos muestra que la oveja a pesar de haberse alejado es acogida de nuevo. Dios se alegra con el pecador que regresa a la casa del Padre: “Habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta”.

Todo el conjunto de la Palabra de la celebración manifiesta que el amor de Dios por el hombre encuentra su expresión más nítida en la entrega que Cristo hizo de su vida por nosotros en la cruz, lo cual quiere decir que por ese hecho Dios demuestra que por el hombre no tiene sino misericordia.

Este misterio insondable de la misericordia de Dios es difícil de expresar: cómo es que Dios se abaja hasta quien se equivoca  tanto y tan repetidamente, sintiendo con él la necesidad de la reconciliación y ofreciéndole su perdón. Es aquí en donde la imaginación de un inspirador como San Juan Eudes encuentra el modo más original e innovador de expresar el amor ardiente del Corazón de Jesús, poniendo lo grande y maravilloso de la acción de Dios al alcance de todos. Fue Juan Eudes uno de los primeros en promover en la historia la conciencia popular de la misericordia del Corazón de Jesús. Juan Eudes es líder, promotor y uno de los creadores de la doctrina sobre el Corazón de Cristo en la vida de la Iglesia.
                       
Pero el auténtico conocimiento del amor de Dios sólo es posible mediante una oración humilde, de abierta disponibilidad a la misericordia del Padre, vía que también explora San Juan Eudes: el hombre ha de tener una actitud de reconocimiento y abnegación, que convierte en adoración su mirada fija en un corazón caliente, lleno de vida, como el de Jesús, del cual brotan "sangre y agua" ( Jn 19, 34).
                                                                       
Comentarios a las lecturas de la Solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús

 Gustavo Mesa, eud., El Minuto de Dios, 2016

Servir con misericordia es ir por la vida sembrando semillas buenas.




Servir es atender a cualquiera que nos necesite, no sólo a quienes puedan alguna vez servirnos a nosotros.

Servir es sembrar siempre... sin descanso, aunque sean otros los que recojan y saboreen las cosechas.

Servir no es sólo dar cosas, sino darse, entregarse uno mismo.

Servir es mucho más que dar con las manos algo que tienes... es dar con el alma lo que tal vez nunca nos fue concedido.

Servir es distribuir afecto, bondad, cordialidad, apoyo moral, amor por sí mismo y a veces, ayuda material.

Servir es repartir alegria, fe, estima, admiración, respeto, gratitud, sinceridad, honestidad, libertad, optimismo, confianza y esperanza.

Servir es... en verdad, dar más de lo que recibimos en la vida y de la vida...

Servir es ser realmente lo que por vocación somos:
manos y corazón de Dios.

Servir es ir por ahí recogiendo, como el buen samaritano, lo malheridos que abundan en las cunetas de la vida.

Servir es estar prestos siempre a lavar los pies a aquellos a quienes Dios quiere lavárselos, como nos los lavó a nosotros.





viernes, 3 de junio de 2016

Evangelizar es, fundamentalmente, anunciar al Jesús del evangelio

Si el Reino de Dios fue el centro de la predicación de Jesús, la persona de Jesús, muerto y resucitado, fue el anuncio central del mensaje de los apostoles.  Y no hay en ello una sustitución de realidades sino sólo de palabras y de acento. Porque realmente  es en y por Jesús como nos llega el Reino de Dios: «Si yo arrojo los demonios por el dedo de Dios es que el Reino de Dios ha llegado a Ustedes» (Lc 11,20), asegura él mismo. 
Jesús no ha venido sólo para realizar la misión salvadora que le confiara el Padre sino que él mismo es ya el Reino en persona, la «autobasileia» de que hablaba Orígenes.  Por eso, entrar en el Reino es aceptar su palabra, seguirle a él, adherirse a su persona, asumir su proyecto, permanecer en él,  «con-formarse» con él, como pide Juan Eudes: el que así ha, da mucho fruto (cf Jn 15,5). De allí que, a decir de Leonardo Boff, pueda afirmarse que evangelizar es actualizar y vivir la causa de Cristo.
La evangelización, entonces, es una llamada a creer y a convertirse, a asumir la actitud sencilla dlos niños, que conscientes de su pequeñez se fían instintiva y plenamente del amor del Padre manifestado en Jesús. Por eso, si lo esencial del Evangelio es el Reino que acontece en la persona y en la obra de Jesús, es indispensable aceptar su amor salvador como gracia y responder confiadamente en el amor. La ley fundamental del Reino de Dios es, como decíamos antes, el mandamiento nuevo del amor: «Como el Padre me ha amado así los he amado yo a Uds., permanezcan en mi amor» (Jn 15,9). Este es el valor absoluto, al que han de someterse y condicionarse todos los demás valores cristianos. En el ámbito del Reino y en el seguimiento de Cristo debe reinar la libertad incondicionada, fruto de un amor radical: quien ama a algo o alguien más que a Jesús no es digno de él (cf Mt 10,37). Para eso hay que conocer el amor de Dios y abandonarse totalamente a él, vaciarse de sí mismo, de sus propias defensas y protecciones (cf 1 Jn 4,16). El discípulo de Jesús debe dejarse guiar por su Espíritu con plena sinceridad, desde la radicalidad del ser, desde lo más profundo de su corazón. Sin esto resulta difícil entender lo que deben ser nuestra fe y nuestra fidelidad. Más allá de los comportamientos externos, pero determinándolos con plena coherencia, se encuentran las actitudes profundas de una persona transformada y guiada anteriormente por el Espíritu de Jesús, que hace hijos de Dios capaces de llamarle Abbá, como el mismo Jesús. Es este Espíritu el que rompe los lazos del pecado y de toda servidumbre otorgando una libertad cada vez mayor; el que posibilita la experiencia de la fraternidad y lanza a la misiónaun en medio de las dificultades del camino
El  Reino de Dios absorbe así toda la vida, no sólo una parcela, empapa todo el ser: es un «vivir en Cristo» pues, como decía san Juan Eudes en el prefacio de su obra maestra, «se trata  de que Jesús viva en nosotros, que en nosotros sea santificado y glorificado, que en nosotros establezca el Reino de su Espíritu, de su amor  y de sus demás virtudes»[1].
Es así como podemos hacer nuestras las palabras de uno de los ponentes en el congreso sobre evangelización y hombre de hoy, celebrado en Madrid, en septiembre de l985:'
"La evangelización es el ofrecimiento convincente y significativo, realizado desde la pobreza compartida y no desde el poder, de la forma de vida  de Jesús. Evangelizar es, pues, ofrecer la Buena Noticia que se presenta a sí misma como el principio más hondo y decisivo de la salvación para el hombre. Esa buena noticia consiste, en definitiva, en que ese Jesús, el Cristo, que pasó por el mundo haciendo el bien y fue crucificado, está vivo, presente y operante en los creyentes de la comunidad  cristiana y en la forma de vida de esta comunidad y de sus miembros".
Nuestra fe y nuestro conocimiento de Jesús es esencial y decisivo en la evangelización, ya que el mensaje central de ésta es sobre Cristo;  y  el  evangelizador transmite la imagen  y la idea de  Cristo que él mismo tiene, con los criterios, las orientaciones y exigencias que esto conlleva. En pocas palabras: transmitimos a los demás el Cristo que tenemos, en quien creemos, al que seguimos. 
A priori, entonces, no sabremos qué es evangelización, ni  cuáles son su contenido, sus criterios de acción, y sus exigencias para el evangelizador, mientras no definamos el Cristo evangelizado y penetremos en el Cristo  evangelizador, en sus criterios, orientaciones y actitudes, tal como nos los revela el evangelio y nos los comunica la fe de la iglesia.
Continuaremos..... 



[1] JUAN EUDES, Vida y Reino de Jesús en los cristianos, Obras Escogidas, Bogotá, 1990, p. 116.
[2]  E. Schillebeeckx, La historia de un viviente, Madrid, l981, p. 37s.

TRIDUO EUDISTA: EL CORAZÓN DE JESÚS

Oración inicial

¡Qué excesivos y admirables son, Dios, tu bondad y tu amor por nosotros! Eres infinitamente digno de ser amado, alabado y glorificado. Pero como no tenemos corazón ni espíritu digno y capaz de llenar estas obligaciones, tu sabiduría ha inventado y tu inmensa bondad nos ha dado un medio admirable para cumplirlas plena y perfectamente.

Porque nos has dado el Espíritu y el Corazón de tu Hijo, que es tu propio Espíritu y Corazón, para que sea también el nuestro, según la promesa que nos hiciste por boca del Profeta: Les daré un corazón nuevo y les infundiré un Espíritu nuevo (Ez 36, 26). Y para que supiéramos cuáles eran ese espíritu y ese corazón nuevos que nos prometías, agregaste: Pondré mi Espíritu, que es mi Corazón, en medio de ustedes. Sólo el Espíritu y el Corazón de Dios son dignos y capaces de amar, bendecir y alabar a Dios como él lo merece.


Meditación

¿QUÉ ES EL CORAZÓN DE JESÚS?


El Corazón de Jesús es una hoguera de amor.
En nuestro Salvador adoramos tres corazones que forman un solo Corazón por la estrecha unión que tienen entre sí.


El primero es su Corazón divino, su amor increado, que es Dios mismo. Es también el amor que Él tiene, desde la eternidad, en el seno adorable de su Padre, y que, con el amor de éste, es el principio del Espíritu Santo.



El segundo es el Corazón espiritual de Jesús, la parte superior de su alma santa, en la que el Espíritu Santo vive y reina de manera inefable y en la cual encierra los tesoros infinitos de la ciencia y de la sabiduría de Dios. Es también su voluntad humana, cuya función propia es amar, y que él sacrificó para realizar nuestra salvación por la sola voluntad de su Padre.


El tercer Corazón de Jesús es el santísimo Corazón corporal, unido hipostáticamente a la persona del Verbo, formado por el Espíritu Santo con la sangre virginal de la Madre de amor, y que en la cruz fue traspasado por la lanza.

Este amabilísimo Corazón de Jesús es una hoguera de amor. Ama a su Padre celestial con amor eterno, inmenso e infinito.

Ama a su madre sin límites ni medidas. Como lo demuestran las gracias inconcebibles con que la ha colmado.

Ama a la Iglesia triunfante, purgante y peregrinante. Los sacramentos -especialmente la Eucaristía, que es el compendio de todas las maravillas de la bondad de Dios- son otros tantos ca- nales inagotables de gracia y santidad, cuya fuente es el océano inmenso del sagrado Corazón de nuestro Salvador.

Finalmente, nos ama a todos y a cada uno, como su Padre lo ama a Él. Por eso todo lo hizo y lo sufrió todo para librarnos del abismo de males en los que el pecado nos había arrojado, y para hacer de nosotros hijos de Dios, miembros de Cristo, herederos de Dios, coherederos del Hijo, poseedores del mismo reino que el Padre ha dado a su Hijo.

Nuestros deberes para con este amable Corazón son: adorarlo, alabarlo, bendecirlo, glorificarlo y darle gracias; pedirle perdón por todo lo que él ha padecido a causa de nuestros pecados; ofrecerle en reparación todas las alegrías que le han da- do todos los que le aman y todos los sufrimientos aceptados por su amor. Finalmente amarlo fervorosamente.

También debemos utilizar este Corazón porque en realidad nos pertenece: nos lo han dado el Padre eterno, el Espíritu Santo, María y el mismo Jesús, para que sea el refugio de nuestras necesidades, el oráculo en nuestras dudas y dificultades, y nuestro tesoro.

Nos lo han dado, finalmente, no sólo para que sea el modelo y la regla de nuestra vida, sino nuestro propio corazón, y así podamos, por este Gran Corazón, cumplir con Dios y con nuesro prójimo todos nuestros deberes.
(San Juan Eudes, El Admirable Corazón de Jesús,12: O.C. VIII, 344-347.)

Oración final
¡Quién me diera fundirme en este fuego! ¡Madre de Jesús, ángeles, santos y santas de Jesús, me entrego a todos ustedes y los entrego también a todos mis hermanos y hermanas y a todos los habitantes de la tierra para que nos sumerjan en lo más pro- fundo de esta hoguera de amor! Amén.
(San Juan Eudes, O.C. VIII, 352) 

PALABRA EL DIA: Lc 15,3-7: ¡Felicítenme, he encontrado la oveja que se me había perdido!

La fiesta litúrgica del Sagrado Corazón de Jesús se inspira en uno de los símbolos más ricos de la Biblia: el corazón, que en la mentalidad bíblica es la parte más interior de la persona, la sede de las decisiones, sentimientos y proyectos. El corazón indica lo inexplorable y lo profundamente oculto de alguien, su ser más íntimo y personal. En la narración de la unción de David (1 Sam 16,7) se dice, por ejemplo, que Yahvé advierte a Samuel, cuando vio al primero de los hijos de Jesé: “No te fijes en su aspecto ni en su estatura elevada. El ser humano mira lo que está  a los ojos, la apariencia, mientras que Yahvé mira el corazón”.
Por eso cuando hablamos del “corazón” de Jesús estamos hablando de aquello que representa lo más íntimo y personal de Jesús, el centro interior desde el cual brotan su palabra y sus acciones. En este sentido “el corazón de Jesús” es una expresión que indica la misericordia y el amor infinito de Dios tal como se ha manifestado en la persona de Jesús.
La Biblia habla también, siempre en sentido metafórico, del “corazón” de Dios. Oseas, por ejemplo, habla del corazón de Dios como el lugar de las decisiones últimas y decisivas de Dios. Cuando ni las pruebas de amor ni los castigos de Yahvé han conseguido mover a su pueblo a una conversión duradera (Os 11,1-7), parece insoslayable el juicio definitivo de Dios. Precisamente en esa situación el profeta pone en boca de Dios una de las más formidables palabras del Antiguo Testamento: “¿Cómo te trataré, Efraín? ¿Acaso puedo abandonarte Israel?... El corazón se ha volcado en mí, todas mis entrañas se estremecen. No me dejaré llevar por mi gran ira, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, no un ser humano” (Os 11,8-9).
En el texto anterior asistimos a una especie de lucha interior en Dios mismo. Dios dice: “¿Cómo te trataré...? ¿Acaso puedo abandonarte...?”. La ley de Moisés mandaba entregar a un hijo que era rebelde a los ancianos de la ciudad para que fuera apedreado (Dt 21,18-21). Efraín-Israel es hijo primogénito de Yahvé (Os 11,1). ¿Deberá Dios tratar a su hijo rebelde según la ley? ¿Deberá destruirlo? La lucha interior en Dios se expresa con la bella expresión: “El corazón se ha volcado en mí, todas mis entrañas se estremecen”. El verbo “volcarse”, en hebreo hapak, indica la acción de algo que se revuelve y se da vuelta en forma inquieta. Es el corazón de Dios que se resiste a actuar con dureza frente al pueblo.
La lucha interior en Dios acaba con una decisión en la cual prevalece el perdón y la misericordia. El corazón de Dios renuncia al castigo. En lugar de la destrucción merecida por el pueblo, ocurre un vuelco en el corazón de Dios. La incondicional misericordia de Dios se vuelve contra la resolución judicial que establecía el castigo y la muerte. El corazón de Dios, o sea, su libre decisión por el amor, se vuelve contra su resolución encolerizada. Aquella determinación divina en favor de Israel se expresa con esta frase: “No me dejaré llevar por mi gran ira, no volveré a destruir a Efraín, porque yo soy Dios, no un ser humano” (Os 11,9). El corazón de Dios es, por tanto, misericordia y vida en favor de su pueblo. Y así se ha manifestado plenamente en su Hijo Jesucristo que “ha venido para que tengamos vida y vida en abundancia” (Jn 10,10).
El evangelio nos coloca delante del misterio insondable de la misericordia de Dios, a través de dos parábolas contadas por Jesús. En ellas se narra la experiencia de la reconciliación del ser humano con un Dios que “no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,23). Jesús ha contado estas parábolas para explicar su propio comportamiento en relación con los pecadores y perdidos. En estas parábolas se expresa lo más íntimo y decisivo del corazón de Jesús: la misericordia y la gratuidad en favor del ser humano pecador.
Mientras los fariseos y maestros de la ley se mantienen a distancia de los pecadores por fidelidad a la Ley (véase, por ejemplo, lo que dice Ex 23,1, Sal 1,1; 26,5), Jesús anda con ellos, come y bebe y hace fiesta con ellos (Lc 15,1-3). Lo que choca a los maestros de la ley no es que Jesús hable del perdón que se ofrece al pecador arrepentido. Muchos textos del Antiguo Testamento hablaban del perdón divino. Lo que sorprende radicalmente es la forma en que Jesús actúa, el cual en lugar de condenar como Jonás o Juan Bautista, o exigir sacrificios rituales para la purificación como los sacerdotes, come y bebe con los pecadores, los acoge y les abre gratuitamente un horizonte nuevo de vida y de esperanza.
Esto es lo que las parábolas quieren ilustrar; su objetivo primario es mostrar hasta dónde llega la misericordia de ese Dios que Jesús llama “Padre”, una misericordia que se refleja y se hace concreta en el corazón de Jesús, o sea en el principio que orienta y determina la conducta de Jesús frente a los pecadores.
Con toda probabilidad la parábola se inspira en la imagen del “pastor” tan presente en muchos textos del Antiguo Testamento: “Escuchen, naciones, la palabra del Señor; anúncienla en las islas lejanas; digan: El que dispersó a Israel, lo reunirá y lo guardará como un pastor a su rebaño” (Jer 31,10). En la Biblia la imagen del pastor es usada para hablar del cuidado que tiene Dios por su pueblo, mientras las ovejas descarriadas representan a todos aquellos que se han alejado de Dios: “Yo mismo apacentaré a mis ovejas y las llevaré a su redil, oráculo del Señor. Buscaré a la oveja perdida y traeré a la descarriada; vendaré a la herida, robusteceré a la débil...” (Ez 34,15-16).
En las dos parábolas se desarrolla el tema de la conversión de los pecadores, que tiene lugar en el encuentro con el mensaje y la persona de Jesús que busca a todos los que se han alejado de Dios. El “pecador convertido” del que se habla representa a los publicanos y pecadores que han venido a escuchar a Jesús, a diferencia de los fariseos y escribas que murmuran de él y se quedan lejos (Lc 15,1-2).

Las dos parábolas insisten en la alegría que Dios siente cuando un pecador se convierte. En la primera parábola, la oveja descarriada se pierde “fuera” de casa; en la segunda, la moneda se pierde “dentro” de casa. Los cercanos y los lejanos tienen necesidad de ser buscados y encontrados por Dios. “Todos hemos pecado” (Rom 3,23), dirá San Pablo. Jesús proclama el gozo de un Dios que busca al ser humano para devolverle la vida. Aquella oveja y aquella moneda tienen en común una sola cosa por la cual son objeto del amor misericordioso de Dios: ¡oveja y moneda estaban perdidas!

jueves, 2 de junio de 2016

Los Lázaros de siempre frente a los Epulones de siempre


Los lázaros,
los hijos de la calle,
los parias de siempre,
los sin techo,
los sin trabajo,
los desarraigados,
los apátridas,
los sin papeles,
los mendigos,
los pelagatos,
los andrajosos,
los pobres de solemnidad,
los llenos de llagas,
los sin derechos,
los espaldas mojadas,
los estómagos vacíos,
los que no cuentan,
los marginados,
los fracasados,
los santos inocentes,
los dueños de nada,
los perdedores,
los que no tienen nombre,
los nadie...

Los lázaros,
que no son aunque sean,
que no leen sino deletrean,
que no hablan idiomas sino dialectos,
que no cantan sino que desentonan,
que no profesan religiones sino supersticiones,
que no tienen lírica sino tragedia,
que no acumulan capital sino deudas,
que no hacen arte sino artesanía,
que no practican cultura sino costumbrismo,
que no llegan a ser jugadores sino espectadores,
que no son reconocidos ciudadanos sino extranjeros,
que no llegan a protagonistas sino a figurantes,
que no pisan alfombras sino tierra,
que no logran créditos sino desahucios,
que no innovan sino que reciclan,
que no suben a yates sino a pateras,
que no son profesionales sino peones,
que no llegan a la universidad sino a la enseñanza elemental,
que no se sientan a la mesa sino en el suelo,
que no reciben medicinas sino lamidas de perros,
que no se quejan sino que se resignan,
que no tienen nombre sino número,
que no son seres humanos sino recursos humanos...

Los lázaros,
los que se avergüenzan y nos avergüenzan,
pueblan nuestra historia,
fueron tus predilectos
y están muy presentes en tu evangelio.

Los lázaros
pertenecen a nuestra familia
aunque no aparezcan en la fotografía,
y serán ellos quienes nos devuelvan la identidad
y la dignidad perdidas.




Florentino Ulibarri