miércoles, 31 de agosto de 2016

Discernimiento Espiritual - 1. Gerardo Aste, SJ

El P. Gerardo Aste SJ, explica los fundamentos del discernimiento espiritual y la elección al camino de Dios como medio para llegar a la felicidad.
Primer paso

¡Denles ustedes de comer!

El cansancio vital es un sentimiento que, de un modo u otro, lo hemos sentido todos. Pueden ser cargas familiares o profesionales, problemas o agobios de lo más variados que nos abruman, y hacen que brote del fondo de nuestro ser un amargo lamento.
Es el peso de la responsabilidad, que, en ocasiones, nos gustaría, sencillamente, quitarnos de encima. Tanto más deseamos librarnos de este fardo, cuando el sentimiento que nos abruma procede de la preocupación por problemas ajenos.
Así, al contemplar el espectáculo del mal en el mundo, pero no en abstracto, sino en el rostro de los millones de seres humanos que padecen de formas atroces, en la mayoría de los casos, sin culpa propia, nos sentimos afectados, pero también impotentes, y la tentación es mirar hacia otro lado, decirnos que nada podemos hacer, que bastante tenemos con nuestros propios problemas.
Era la situación en que se encontraban los discípulos ante aquella masa en descampado y hambrienta. Con no poco sentido común, apelan a la autoridad de Jesús para que los despache y que ellos mismos se busquen la vida. Pero, he aquí que Jesús les lanza un desafío imposible: “denles ustedes de comer”.
Es importante caer en la cuenta de que no les dice: “no se preocupen, ya les doy de comer yo”, sino que los reta a que sean ellos los que respondan a esa necesidad, que claramente supera sus fuerzas. La necesidad es grande, y los recursos bien escasos: cinco panes y dos peces.
Pero, siguiendo la indicación del Maestro, eso poco, con lo que, tal vez, habrían podido remediar su propia necesidad, lo ponen a disposición de Jesús. Posiblemente, ésa es la clave para responder a muchos problemas que parecen excedernos: compartir para repartir, renunciar al propio egoísmo, ser capaces de posponer los propios intereses, por más legítimos y perentorios que nos parezcan, tener la generosidad de compartir eso poco que tenemos, poniéndolo a disposición de Cristo.

En su amor, los bienes compartidos se multiplican, y sucede el milagro de que alcanza para todos y aún sobra. Y ¿cómo vencer nuestro egoísmo, incluso la natural preocupación prioritaria por las propias necesidades? Escuchando la palabra de Jesús. Posiblemente, si tuviéramos el coraje de escuchar sin excusas las llamadas desafiantes de Cristo, y la generosidad de renunciar a parte de lo nuestro, cambiaría la faz de la tierra.

martes, 30 de agosto de 2016

El abismo de mis miserias llama al abismo de sus misericordias (Juan Eudes)


San Juan Eudes, cantor entusiasta y permanente de los Corazones de Jesús y de María, fue un fiel heraldo del amor inicial de Dios, al que creó a su imagen y semejanza, y de su amor constante que atrae hacia él a esa criatura llamada a compartir para siempre la felicidad y la gloria de su Padre y Creador.
«Incluso antes de que el hombre existiera, ya el amor divino se había orientado hacia él.
Pienso que Dios, no  sólo me ama desde toda la eternidad y con un amor continuo e invariable sino que, más aún, me ha amado con todo lo que él es, es decir se ha hecho todo amor hacia mí y me ama con un amor purísimo y eterno» (OC II, 1380).

No es de sorprender que cada vez que Juan Eudes contempla a Dios, quede extasiado ante las manifestaciones maravillosas de ese amor. y así lo expresa y canta a lo largo de todas sus obras.

La lucha contra el hambre no admite ya más dilaciones ni excusas


El Nobel de economía Joseph Stiglitz ha citado, repetidas veces, lo que dijo el multimillonario Warren Buffett: "Durante los últimos 20 años ha habido una guerra de clases y mi clase ha vencido". Efectivamente, así es. 
En los países del sur de la Unión Europea, en el Gran Sur que se configura en el arco que va desde Chipre a Irlanda, pasando por Grecia, Italia, España y Portugal, ha dejado ya su marca de derrota y destrucción la clase vencedora, la clase rica y dominante. Que es la clase que ha vencido y domina a la clase pobre y dominada, donde millones de niños, ancianos y madres, mueren diariamente de hambre.
Para completar en macabro cuadro, en estos mismos países la clase media se ha debilitado, se ha empobrecido. Cada año que pasa, esa clase, que era la franja ancha y fuerte que daba consistencia a nuestra sociedad, es la clase que tiene menos peso social y político. Y lo que es más grave: en estos países se agiganta por días la brecha enorme que separa a ricos de pobres. 



Y, ¡por favor!, que nadie venga con soluciones a "largo plazo". Ya Keynes nos advirtió de que "este ‘largo plazo' es una guía errónea para comprender el presente. A ‘largo plazo' estaremos todos muertos".

lunes, 29 de agosto de 2016

San Juan Eudes, maestro de la vida y el reinado de Dios en nosotros

Como sabemos, aquel pequeño misionero normando del siglo XVII que firmaba siempre “J. Eudes, sacerdote misionero”, nos invita constantemente a reavivar la vida cristiana en nosotros y en nuestro entorno, haciéndonos testigos de la ternura de Dios. Como lo fue él mismo a lo largo de toda su vida.
Como sacerdote, predicó el Evangelio de Jesús durante toda sus largas y fecundas correrías misioneras. Vivió con el deseo constante de despertar la fe y el amor de Dios en las almas. Ese servicio de la palabra corría parejas con un servicio de acompañamiento espiritual de las personas y de las comunidades…
Entre sus muchas obras escribió especialmente una destinada a personas en búsqueda de Dios: ”Vida y Reino de Jesús en las almas cristianas”. Este libro conoció en vida de Juan Eudes, al menos 30 ediciones. “No es un libro de teología espiritual, sino más bien un grueso manual práctico de vida cristiana destinado a todos los fieles, y en primer lugar para los cristianos laicos, para ayudarles a caminar hacia la santidad “continuando y aplicando la vida de Cristo” (P. Milcent)
Este hombre, con corazón de fuego y apasionado  por hacer conocer el evangelio, tenía el acuciante deseo de “hacer amar a su muy querido Jesús, servir a la Iglesia de Jesús, restablecer la gracia, el espíritu y la vida del cristianismo que está apagado, hoy en las mayor parte de los cristiano”. Y aunque en su tiempo todo el mundo estaba bautizado, él se dio cuenta, en el transcurso de sus misiones, de que había una gran ignorancia sobre este sacramento. Como la hay en nuestro tiempo. 
Presentaba el bautismo como un Contrato del hombre con Dios. Contrato en el que, con una mirada de amor para cada uno de nosotros. Jesús, el Hijo, nos hace participar en su vida; el Espíritu Santo, o más exactamente, el Espíritu de Jesús, se nos da para ser el espíritu de nuestro espíritu, el corazón de nuestro corazón.
Se trata de una Alianza más maravillosa, nos dice San Juan Eudes, la del amigo con su amigo, los hermanos con sus hermanos, el niño con su padre, la esposa con su esposo. Pero esta alianza nos compromete también a nosotros con Dios. Para vivir en conformidad con nuestro bautismo, es necesario renunciar a todo lo que es obstáculo a la vida de Cristo en nosotros, y vincularnos a Él: “Ser cristiano es hacer profesión de Jesucristo, vivir de su vida, ser animado por su espíritu”.
En Vida y Reino Juan Eudes recuerda a todos los cristianos, laicos, sacerdotes, religios@, que nuestra vocación es la santidad: “Ser cristiano y ser santo es la misma cosa; cualquiera que lleva el nombre de cristiano está obligado a seguir a Jesucristo en la santidad de su vida y sus costumbres”.
Eso es lo  mismo que nos ha dicho el Vaticano II cuando habla, en el nº 10 de la Lumen Gentium, de la llamada universal a la santidad. Y Juan Eudes insiste en que la santidad no consiste en no tener pecado sino en corresponder a la llamada de Dios con y en nuestra vida. El Bautismo es  para nosotros una llamada a la santidad “porque ser cristiano, es continuar la vida de Cristo en nosotros”, llegar a ser la imagen viva de Jesús. Y estar bautizado es hacerse manos, mirada, rostro y boca de Jesús en cada instante, hagamos lo que hagamos.
Juan Eudes nos proporciona medios sencillos para renunciar a nosotros mismos y darnos a Jesucristo y dejar  que él crezca en nosotros. Siguiendo a Pablo, afirma que la meta es que “Jesús sea formado en nosotros”, y que nosotros nos demos prisa en llegar a ser su imagen viva en nuestro aquí y ahora. Y nos propone algunos ejercicios “para vivir cristianamente y santamente” cada etapa del año y santificar nuestro tiempo.
Así, poco a poco, cada uno(a)  de nosotros y todos juntos, seremos, paso a paso, otros tantos Cristos, como dijera mucho antes que él, San Agustín de Hipona, afirmación a la que Juan Eudes supo darle un sentido y un alcance más profundo y exigente. Ojalá que nuestros corazones se dejen penetrar también por ese fuego apasionado que lo distinguió durante toda su vida..

DE LA COMPASION AL COMPROMISO

“Cuando das un abrazo se desencadena una revolución” decía José, un voluntario social en una cárcel española. Cuando nos dejamos tocar con las manos y con las palabras, es cuando se intuye el sentimiento compartido, la compasión, la misericordia al estilo eudiano. Buen principio para iniciar una acción misericordiosa pero insuficiente si no hablamos de servicio serio y responsable. Para esto es preciso atravesar el puente del compromiso que nos pedía Jesús, para que no se quede en un sentimentalismo cómodo pero inútil.
Los místicos orientales y algunos científicos de la física cuántica afirman que los seres humanos somos una especie de imanes, y entre nosotros creamos campos de relaciones dentro de una única energía que todo lo contiene.
El compromiso tiene uno de sus fundamentos en la relación yo-tú que han descrito los humanistas. En ella te llamo por tu nombre. El tú siempre tiene rostro y podemos captarlo a una distancia adecuada. Si estamos demasiado cerca lo invadimos, si demasiado lejos, no lo vemos. Es una distancia precisa en la que se da el crecimiento conjunto, no la comunicación instrumental sino la existencial. Nadie es del todo yo, ni tú, sin el otro. Y si no hay ese don de uno mismo, habría subordinación pero no compromiso en la misericordia.
“Si no llegas a ser tú para mí, eres un ‘él’, o sea, uno cualquiera. Entonces uso un pronombre indefinido y la relación se acerca a lo anónimo. En esa nebulosa impersonal se produce la pérdida del rostro. My cerca ya de la relación funcional, que cosifica y se vuelve inhumana, cuando no sólo instrumentaliza a las personas sino que llega a destruir. En esos casos, no suele quedar nombre ni dejar memoria: parece que el destruido nunca existió. Son los rostros del des-hecho, el desprotegido, el huérfano, el extranjero”, explica Carlos Díaz, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid.
El samaritano de la parábola de Jesús se hace transparente en la relación yo-tú. Simboliza una serie de valores. Entonces se hace posible la suma de las miradas. 
¿Y en nosotros? Si a la relación le imponemos nuestra óptica y semejanza, pretendiendo atraer la atención hacia nosotros mismos y no hacia los valores que queremos encarnar y transmitir, entonces se trata de una relación donde nos presentamos como ídolos, no como testigos del Dios-misericordia. De esa forma mataríamos las otras miradas, haríamos ciegos a los otros por habernos robado la luz de sus ojos.
Hay que ir más allá del mero gesto de servicio, trascenderlo, y hacer de la compasión misericordiosa una forma de vida. Como afirma el filósofo Raimón Pánnikar “la solidaridad es una categoría antropológica del ser humano”.
Para ser un discípulo de Jesús comprometido es necesario no moverse por impulsos sino desarrollar la voluntad, querer saber y saber querer. Estar ávido por entender la vida y comprender que a veces el entendimiento alumbra como las velas, derramando lágrimas. Y también es querer en el sentido de afecto, porque ¿de qué sirve una voluntad de acero sin alma?
Hay que saber reconocer los límites y saber esperar. Y para medir la voluntad, nada mejor que la acción. El cristiano comprometido no echa cuentas, pues hacerlo ya es en sí una derrota. Son mejores los libros de caballería que los de contabilidad (aunque las organizaciones tienen que cuadrar sus presupuestos).
Cuando sólo te duele lo tuyo no eres capaz de ser discípulo de Jesús: hay que amar hasta que duela, decía Teresa de Calcuta Si no te duelen las víctimas del dolor y la injusticia, las matas. Y es bueno cultivar nuestros talentos, porque de alguna manera, si no los cultivas, estás robando. Por coherencia, el hombre de la misericordia ha de ser austero, regalar o quemar el excedente en casa, ayunar de vez en cuando de la comida, de la televisión, y de conversaciones banales.
El sistema capitalista salvaje nos ha robado las palabras. La economía habla de interés, beneficio, sacrificio, crédito, rédito, etc.  Lo que tenemos entre nosotros es lo que nos interesa: hacer el bien, y para ello hace falta sacrificio, hacer sagrado lo humano en vez de deshumanizarlo. Dar sin perder y tomar sin arrebatar. De lo que se trata es de creer en el otro, de hacer nuestra las miserias de los miserables, como decía san Juan Eudes. Los hombres y mujeres de la misericordia comprenden que la caridad exige pasar del contrato a la alianza, de la compasión al compromiso.


Interpelación dolorosa a nuestra capacidad de misericordia

Cifras que nos interpelan y nos duelen:
300 millones de niños menores de cinco años  están mal nutridos
Más de 1300 millones de seres humanos no tienen acceso a agua potable
1000 millones carecen de vivienda digna
840 millones sufren de alimentación suficiente
2.000 millones sufren de anemia
880 millones no tienen aceso a servicios básicos de salud
2000 millones carecen de acceso a medicamentos esenciales.

martes, 23 de agosto de 2016

SAN JUAN EUDES Y EL SACERDOCIO DE CRISTO

Adoremos a Jesús en su cruz, como soberano sacerdote que se inmola a sí mismo, y como hostia santa que es inmolada para la gloria de su Padre y para nuestra salvación.
Démosle gracias por haberse sacrificado a sí mismo, y por habernos comunicado estas dos cualidades de sacerdote y de hostia.
Pidámosle perdón por todas las faltas que hemos cometido en las funciones del sacerdocio.
Démonos a Él y supliquémosle que nos dé el Espíritu de su divino sacerdocio; que nos haga dignos de ser otras tantas víctimas que sean sacrificadas con Él a la gloria de su Padre, y que nos consuma en las sagradas llamas de su santo Amor.
(San Juan Eudes, O.C. III, 293)

EL SACERDOTE ASOCIADO A LA SANTÍSIMA TRINIDAD
Los contemplo como los asociados del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Ustedes, sacerdotes, son la parte más noble del cuerpo místico del Hijo de Dios. Son los ojos, la boca, la lengua y el corazón de su Iglesia, más aún, del mismo Jesús.
Son sus ojos: mediante ustedes el Buen Pastor vela continua- mente sobre su rebaño; por ustedes lo ilumina y lo conduce, por ustedes llora sobre las ovejas que se hallan entre las garras del lobo infernal.
El Padre eterno los asocia con él en su más alta ocupación, que es la generación inefable de su Hijo, a quien hace nacer desde toda eternidad en su seno paterno, y en su más excelente cualidad que es su divina paternidad. Porque los hace, en cierta manera, padres de su Hijo al darles el poder de formarlo y hacerlo nacer en las almas cristianas y al hacerlos padres de sus miembros que son los fieles. Así ustedes llevan la imagen de su divina paternidad.
El Hijo de Dios los asocia con Él en sus más nobles perfecciones y ocupaciones. Porque los hace partícipes de su cualidad de mediador entre Dios y los hombres; de su dignidad de juez soberano del universo; de su nombre y oficio de salvador del mundo y de muchos otros títulos suyos. Y les da el poder de ofrecer con Él, a su Padre, el mismo sacrificio que ofreció en la cruz y que ofrece cada día sobre nuestros altares, que es su acción más santa y excelsa.
El Espíritu Santo los asocia con Él en su acción más grande y admirable. Porque él ha venido al mundo para disipar las tinieblas de la ignorancia y del pecado que cubrían la tierra, para iluminar los espíritus con la luz celestial, para encender los co- razones en el fuego sagrado del amor divino, para reconciliar a los pecadores con Dios, para borrar el pecado, comunicar la gracia, santificar las almas, fundar la Iglesia, aplicarle los frutos de la pasión y muerte de su Redentor y, en fin, para destruir en nosotros nuestra antigua condición pecadora y dar forma y nacimiento a Jesucristo.
Pues bien, todo esto es su ocupación ordinaria como sacerdotes, porque han sido enviados por Dios para formar a su Hijo Jesús en los corazones humanos. Tienen, pues, una alianza maravillosa con las tres divinas personas: son los asociados de la santa Trinidad; son los cooperadores del Dios todopoderoso en sus obras más excelentes.
(San Juan Eudes, Memorial de la vida eclesiástica 1: O.C. III, 14-16.)
Oración final
Dios, Gloria de nuestros sacerdotes, Tú nos has dado a tu Hijo como Soberano Sacerdote y Pastor vigilante de nuestras almas; Tú le has agregado, para sacrificar una hostia pura, los santos sacerdotes.
Por la oración de la Bienaventurada María siempre virgen y de los santos Sacerdotes, dígnate reanimar en tu Iglesia el espíritu de gracia que fue el tuyo. Llenos de este espíritu, procuraremos amar lo que ellos amaron y obrar como nos lo enseñaron por la palabra y por el ejemplo. Por nuestro Señor Jesucristo. Amén.

(San Juan Eudes, O.C. XI, 514)

domingo, 21 de agosto de 2016

JUAN EUDES, Testigo y Maestro de la Misericordia de Dios

SAN JUAN EUDES

1601-1680

Fiesta: 19 de agosto


Proclamado por la Iglesia como "Padre, Doctor y Apóstol del culto litúrgico a los Sagrados Corazones",
Efectivamente, fue el primero en organizar y celebrar las fiestas litúrgicas del Corazón de Jesús y del Corazón Inmaculado de María. La del Corazón de Jesús el 20 de octubre, y la del Corazón de María el 8 de Febrero. Aunque en el calendario litúrgico actual se celebran en otra fecha, sus hijos e hijas las siguen celebrando en las fechas originales.
Fue el primero también en escribir la liturgia de las horas de cada una de estas fiestas.
Nació en la diócesis de Séez (Francia) el año 1601; recibió la ordenación sacerdotal y se dedicó por varios años a la predicación en las parroquias. Fundó dos Congregaciones religiosas, una, los PP. Eudistas, destinada a la formación de los sacerdotes y la otra, la Orden de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio y del Buen Pastor, al cuidado de las mujeres cuya vida cristiana estaba en peligro. Fomentó en gran manera la devoción a los Corazones de Jesús y de María. Murió el año 1680.
Enseñaba que el Corazón de Jesús es la máxima expresión del amor de Dios por el hombre, un horno de Amor Divino. Los que desean unirse a su corazón son purificados, inflamados, y transformados por el Fuego Divino.
En la segunda mitad del siglo XVI, vivía en Ri, Normandía (Francia), un granjero llamado Isaac Eudes, casado con Marta Corbin. Como no tenían hijos al cabo de dos años de matrimonio, ambos esposos fueron en peregrinación a un santuario de Nuestra Señora. Nueve meses después tuvieron un hijo, al que siguieron otros cinco.
El mayor recibió el nombre de Juan y, desde niño, dio muestras de gran inclinación al amor de Dios. Se cuenta que, cuando tenía nueve años, un compañero de juegos le abofeteó; y, en vez de responder en la misma forma como era lo habitual, Juan siguió el consejo evangélico y le presentó la otra mejilla.
A los catorce años, ingresó en el colegio de los jesuitas de Caen. Sus padres deseaban que se casara y siguiera trabajando la granja de la familia. Pero Juan, que había hecho voto de virginidad, recibió las órdenes menores en 1621 y estudió la teología con la intención de consagrarse a los ministerios parroquiales. 
Sin embargo, poco después determinó ingresar en la congregación del oratorio, que había sido fundada en 1611 por el futuro cardenal Pedro de Bérulle. Tras de recabar con gran dificultad el permiso paterno, fue recibido en París por el superior general en 1623. 
Juan había sido hasta entonces un joven ejemplar: su conducta en la congregación no lo fue menos, de suerte que el P. Bérulle le dio permiso de predicar, aunque sólo había recibido las órdenes menores. Al cabo de un año en París, Juan fue enviado a Aubervilliers a estudiar bajo la dirección del P. Carlos de Condren, el cual, según la expresión de Santa Juana Francisca de Chantal, "estaba hecho para educar ángeles". El fin de la congregación del oratorio consistía en promover la perfección sacerdotal y Juan Eudes tuvo la suerte de ser introducido en ella por dos hombres de la talla de Condren y Bérulle.
Dos años más tarde, se desató en Normandía una violenta epidemia de peste, y Juan se ofreció para asistir a sus compatriotas. Bérulle le envió al obispo de Séez con una carta de presentación, en la que decía: "La caridad exige que emplee sus grandes dones al servicio de la provincia en la que recibió la vida, la gracia y las órdenes sagradas, y que su diócesis sea la primera en gozar de los frutos que se pueden esperar de su habilidad, bondad, prudencia, energía y vida". 
El P. Eudes pasó dos meses en la asistencia a los enfermos en lo espiritual y en lo material. Después fue enviado al oratorio de Caen, donde permaneció hasta que una nueva epidemia se desató en esa ciudad, en 1631. Para evitar el peligro de contagiar a sus hermanos, Juan se apartó de ellos y vivió en el campo, donde recibía la comida del convento, viviendo en un tonel.
Así empezó su misión el que sería el gran testigo y maestro de la misericordia en un siglo en el que el evangelio no era muy escuchado.
Volveremos a hablar sobre él en próximas entregas porque su testimonio de vida y sus enseñanzas sobre la misericordia pueden cumplir una misión fundamental en esta época nuestra, tan llena de egoísmos y materialismos desenfrenados.