lunes, 1 de agosto de 2016

Mientras siga habiendo pobres habrá una teología de la liberación y la misericordia


Equivocada y lamentable sigue resonando la afirmación que, hace un año, hiciera el obispo Carlos Aguiar, presidente del CELAM (Conferencia Episcopal Latinoamericana): "la Teología de la Liberación está muy anciana, si no es que ya está muerta... ". Porque sigue viva, y seguirá viva mientras siga habiendo pobres.
La teología de la liberación surgió a partir del Concilio Vaticano II como una clara opción por los oprimidos del mundo, y en particular de América Latina donde tuvo su origen. Fue la respuesta, desde el Evangelio, más seria y comprometida con los empobrecidos que se haya dado a lo largo de la historia de la Iglesia. 
Esa teología ha tratado no solo de acompañar a los pobres, sino de buscar y denunciar las causas generadoras de su situación que, en demasiados casos, llegó a la persecución y muerte de muchos cristianos, unos anónimos y otros bien conocidos, como Oscar Romero en el Salvador, Gerardi en Guatemala, los Jesuitas de la UCA, etc. 
Y si entonces había millones de pobres en Latinoamérica, millones sigue habiendo ahora, con el agravante de que la diferencia entre ricos y pobres es hoy mucho más grande y criminal que entonces.
Millones que siguen apelando a la misericordia de quienes nos decimos cristianos.
¿Habrá leído Mons. Aguiar La Alegría del Evangelio? Porque allí dice el Papa Francisco:
"El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo «se hizo pobre» (2 Co8,9).
Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres. Esta salvación vino a nosotros a través del «sí» de una humilde muchacha de un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio. El Salvador de los pobres nació en un pesebre, entre animales, como lo hacían los hijos de los más pobres; fue presentado en el Templo junto con dos pichones, la ofrenda de quienes no podían permitirse pagar un cordero; creció en un hogar de sencillos trabajadores y durante treinta años trabajó con sus manos para ganarse el pan.
Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían multitudes de desposeídos, y así manifestaba lo que Él mismo proclamaba: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4,18).
A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece!» (Lc 6,20); Con ellos se identificó: «Tuve hambre y me ustedes me dieron de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo".
Como él y con él, hubo y siguen habiendo millones de personas, sobre las que está el Espíritu de Dios, dedicadas a atender con amor a los pequeños de este mundo. Son ésos millones de cristianos comprometidos los que pueden, y ya lo están haciendo, cambiar el mundo. Valga otra vez la palabra de Francisco:
"Cualquier comunidad de la Iglesia, en la medida en que pretenda subsistir tranquila sin ocuparse creativamente y cooperar con eficiencia para que los pobres vivan con dignidad... fácilmente terminará sumida en la mundanidad espiritual, disimulada con prácticas religiosas, con reuniones infecundas o con discursos vacíos"(Francisco en La alegría del Evangelio).
Ahora solo nos queda desear ardientemente que el Espíritu Santo de Dios nos acompañe en asumir el más grande compromiso de luchar por el Reino de Dios, es decir, por la justicia, la fraternidad, la igualdad, el amor, la solidaridad, la vida, la esperanza, la paz, la comunión universal entre personas, pueblos y naciones; y que surjan cada día más personas por todas partes dispuestas a caminar comprometidas en esta dirección.
Y ojalá entre ellos nos encontremos los hijos e hijas de Juan Eudes, llamados por él a convertirnos en misioneros y testigos de la misericordia.
Ciertamente, Señor Aguiar, mientras haya pobres habrá evangelio de Jesús y habrá teología de la liberación y la misericordia.





No hay comentarios:

Publicar un comentario