martes, 16 de agosto de 2016

NOVENA A SAN JUAN EUDES: 6º A 9º DIAS

SEXTO DÍA
SAN JUAN EUDES, EVANGELIZADOR
INTRODUCCIÓN
Juan Eudes había hecho suya la palabra de san Pablo:“Ay de mí si no evangelizo” (1Co 9,16). Conocida es su dedicación al anuncio de Jesu- cristo en las misiones populares a las que consagró durante más de 50 años sus mejores esfuerzos.
Cuando hoy la Iglesia en el Vaticano II, en Puebla y en muchos otros documentos nos pide un renovado esfuerzo evangelizador, la persona de
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san Juan Eudes es modelo y estímulo permanente.
SALUDO PRESIDENCIAL
Hermanos, crezcan en la gracia y en el conocimiento de Nues- tro Señor y Salvador Jesucristo.
R/ A Él la gloria y el honor ahora y por todos los siglos. Amén.
OR ACIÓN
Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para anunciar las ines- crutables riquezas del amor de Cristo; concédenos que, movi- dos por su palabra y por su ejemplo, crezcamos en la fe y lleve- mos una vida conforme al Evangelio. Por Nuestro Señor Jesu- cristo, tu Hijo...
R/ Amén.
LECTURA BÍBLICA
No me envío Cristo a bautizar, sino a predicar el Evangelio.Y no con palabras sabias, para no desvirtuar la cruz de Cristo. Pues la predica- ción de la cruz es una necedad para los que se pierden; más para los que se salvan –para nosotros- es fuerza de Dios.
Porque dice la Escritura: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutili- zaré la inteligencia de los inteligentes. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde el docto? ¿Dónde el sofista de este mundo? ¿Acaso no entonteció Dios la sabiduría de este mundo? De hecho, como el mundo mediante su propia sabiduría no conoció a Dios en su divina sabiduría, quiso Dios salvar a los creyentes mediante la necedad de la predicación. Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos
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a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.
(1Co 9, 16-23)
LECTURA EUDISTA
EL SACERDOTE, PREDICADOR DE LA PALABRA DE DIOS
“Predicar es hacer hablar a Dios”.
Predicar es hacer hablar a Dios, el cual, después de dirigirse a los hombres por los profetas en el Antiguo Testamento, y por su Hijo en la nueva ley, quiere hablarnos también ahora por los miembros de su Hijo, para darnos a conocer su voluntad e inci- tarnos a cumplirla.
Predicar es distribuir a los hijos de Dios el pan de la vida eter- na, para mantener, fortalecer y perfeccionar en ellos la vida divina que recibieron del Padre celestial por el nuevo naci- miento del bautismo. “Tú tienes palabras de vida eterna.” (Jn. 6, 69).
El origen de la predicación apostólica se halla en el seno de Dios, de donde salió el Verbo, la Palabra eterna y el primero de todos los predicadores, Jesucristo, nuestro Señor. De esa fuen- te trajo todas las verdades que vino a predicar a la tierra.
El fin y objeto de esta función celestial es dar nacimiento y for- mar a Jesucristo en los corazones de los hombres, es hacerlo vivir v reinar en ellos; es disipar de los espíritus las tinieblas infernales e irradiar en ellos las luces celestiales; es combatir y aplastar el pecado en las almas y abrir en ellas la puerta a la
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gracia divina; es echar por tierra la tiranía de Satanás en el mundo y establecer el reino de Dios; es reconciliar a los hom- bres con Dios y hacerlos sus hijos.
Y porque este oficio es tan importante y santo, los sacerdotes deben desempeñarlo con santas disposiciones.
Los predicadores, asociados en esta función a los Apóstoles y a los más grandes santos, deben seguir sus pasos e imitar su vida.
Como heraldos de Dios, embajadores de Jesucristo, dispensa- dores de sus misterios, oráculos del Espíritu Santo, deben re- vestir las virtudes del Hijo de Dios y dejarse poseer y animar por el amor, el celo y la fuerza de su divino Espíritu.
Los sacerdotes deben meditar y practicar cuidadosamente la palabra de san Pablo: Como enviados de Dios y delante de él les ha- blamos en Cristo (Cf. 2Co 2, 17.)
“Como enviados de Dios”, los sacerdotes deben predicar no los pensamientos e invenciones de su espíritu, sino sacar de Dios, por la lectura de las sagradas Escrituras y por la oración, lo que deben anunciar a los hombres.
“Delante de Dios”, porque no deben buscar ni pretender otra co- sa que la gloria de Dios y la salvación de las almas.
“Hablamos en Cristo”, es decir, que los sacerdotes deben renun- ciarse a sí mismos para entregarse a Jesucristo, para hablar en él, predicar en su espíritu y proclamar la verdad con las dispo- siciones e intenciones con que él predicó en la tierra a través de sus labios.
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(San Juan Eudes, El predicador apostólico,2: O.C. IV, 12-16.) ORACIÓN EUDISTA
Te adoramos, Señor Nuestro Jesucristo, mensajero del Evange- lio de Salvación.
Te damos gracias porque eres la luz del mundo y por habernos escogido para ayudar a nuestros hermanos a conocerte.
Te pedimos perdón por nuestra falta de fe y de generosidad en el anuncio del Evangelio.
Nos entregamos a Ti para que llenes con tu gracia nuestro espí- ritu y nos des valentía y amor para proclamar tu nombre.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/ Amén.
LETANÍAS DE SAN JUAN EUDES
San Juan Eudes, ruega por nosotros.
Lleno del Espíritu Santo, ruega por nosotros.
Mensajero de amor de Cristo, ruega por nosotros.
Movido de especial amor a los pecadores, ruega por nosotros. Misionero infatigable, ruega por nosotros.
San Juan Eudes, vehemente defensor de la fe, ruega por noso- tros.
Evangelista y Apóstol, ruega por nosotros.
Antorcha ardiente y brillante, ruega por nosotros.
Ardiente por tu amor a Dios, ruega por nosotros.
Brillante por tu amor al prójimo, ruega por nosotros.
Ardiente por tu continua oración, ruega por nosotros. Brillante por la predicación de la divina palabra, ruega por no- sotros.
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San Juan Eudes trabajador incansable del Reino de Dios, ruega por nosotros.
Imagen viva de Jesucristo, ruega por nosotros.
OREMOS
Dios y Padre nuestro, que elegiste a san Juan Eudes para distri- buir el pan de la Palabra eterna y formar a Jesucristo en el co- razón de los hombres, concede a tu Iglesia dignos heraldos del Evangelio, que siguiendo el ejemplo de san Juan Eudes e imi- tando sus virtudes, anuncien hoy tu mensaje de salvación como embajadores de Jesucristo y para la gloria de tu Nombre. Por Jesucristo Nuestro Señor.
R/ Amén.
SÉPTIMO DÍA
SAN JUAN EUDES, AMANTE DE LOS POBRES
INTRODUCCIÓN
“La opción preferencial por los pobres” de que nos habla hoy Puebla, fue una norma permanente en la vida de san Juan Eudes, quien desde niño hizo voto de socorrerlos y, a ejemplo de Cristo, les dedicó su corazón y se consagró eternamente a su servicio. Baste recordar para comprobarlo su comportamiento cuando la peste asoló la provincia de Normandía.
Cumplió siempre lo que disponían las primitivas constituciones de la Congregación de Jesús y María:“Los verdaderos hijos de la Congrega- ción tendrán un afecto especial por los pobres, mostrándose siempre sus protectores y defensores, siempre prontos a ayudarlos, instruirlos y visi- tarlos”.
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Su palabra y ejemplo nos ayuden hoy a cumplir mejor este compromiso eclesial de amor a los pobres.
SALUDO PRESIDENCIAL
Hermanos, que Cristo, el Señor, que se hizo pobre para enri- quecernos con sus dones, esté con ustedes.
R/ Y con tu espíritu.
OR ACIÓN
Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para anunciar las ines- crutables riquezas del amor de Cristo; concédenos que, movi- dos por su palabra y por su ejemplo, crezcamos en la fe y lleve- mos una vida conforme al Evangelio. Por Nuestro Señor Jesu- cristo, tu Hijo...
R/ Amén.
LECTURA BÍBLICA
«Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congrega- das delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el Rey a los de su derecha: "Vengan, benditos de mi Pa- dre, reciban la herencia del Reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era forastero, y me acogieron; estaba desnudo,
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y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a ver- me."
Entonces los justos le responderán: "Señor, ¿cuándo te vimos hambrien- to, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vi- mos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?"
Y el Rey les dirá: "En verdad les digo que cuanto hicieron a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron."
Entonces dirá también a los de su izquierda: "Apártense de mí, maldi- tos, vayan al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Por- que tuve hambre, y no me dieron de comer; tuve sed, y no me dieron de beber; era forastero, y no me acogieron; estaba desnudo, y no me vistie- ron; enfermo y en la cárcel, y no me visitaron."
Entonces dirán también éstos: "Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asisti- mos?"
Y él entonces les responderá: "En verdad les digo que cuanto dejaron de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejaron de ha- cerlo."
(Mt 25, 31-45)
LECTURA EUDISTA
EL CORAZÓN DE LA MADRE DE MISERICORDIA
“Madre misericordiosa: vuelve tus ojos hacia tantos hijos miserables, enfermos y angustiados.”
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¡Virgen tierna y misericordiosa! Contempla con tus ojos be- nignos tantas miserias y tantos miserables que llenan la tierra, tantos pobres, viudas, huérfanos, enfermos, prisioneros; tantos hombres golpeados y perseguidos por la malicia humana, tan- tos indefensos, aplastados por la violencia de los que ejercen poder sobre ellos, tantos viajeros y peregrinos rodeados de pe- ligros; tantos obreros evangélicos expuestos a mil riesgos para salvar las almas que se pierden; tantos espíritus y corazones afligidos, tantos hermanos atormentados por diversas tentacio- nes, tantas almas que padecen las penas del purgatorio. Con- templa, sobre todo, tantas almas víctimas del pecado y en esta- do de perdición, que es la más espantosa de todas las miserias.
Mira, en fin, Virgen bondadosa, el número casi infinito de des- venturados del universo cuyas miserias innumerables les hacen clamar: «Madre de misericordia, consoladora de los afligidos, refugio de los pecadores, contempla, con tus ojos clementes, nuestra desolación. Abre los oídos de tu misericordia y escucha nuestras súplicas. Somos los desterrados hijos de Eva, expulsa- dos de la casa de su Padre celestial, que gimen y lloran en este valle de lágrimas, y que acuden a tu incomparable bondad.
Escucha nuestros suspiros y clamores y mira nuestro llanto. Muéstranos, tú que eres la poderosa y bondadosa abogada, que verdaderamente eres la Madre de misericordia. Vuelve a noso- tros tus ojos maternales, para que no seamos desdichados en este mundo y en el otro: que después de este destierro tenga- mos la felicidad de ver el rostro de Jesús, el fruto bendito de tu seno virginal. ¡Oh clemente, oh piadosa, oh dulce Virgen Ma- ría!»
Haz que sintamos, misericordiosa María, las señales de tu cle-
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mencia. Ten compasión de nosotros y permítenos saborear la dulzura inefable de tu Corazón.
(San Juan Eudes, El admirable Corazón de Jesús, 5, 2: O.C. VII, 32- 33)
ORACIÓN EUDISTA
Señor Jesús, te adoramos y te damos gracias porque te hiciste pobre para enriquecernos.
Te pedimos perdón por haber amado demasiado nuestra como- didad, nuestro interés, nuestro deseo de poder y de dominio. Te pedimos nos libres de todo egoísmo, y nos hagas atentos al bien de nuestros hermanos, especialmente de los más pobres y necesitados, para que encontrándote y sirviéndote en ellos, merezcamos entrar al Reino de tu Padre.
Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. R/ Amén.
OCTAVO DÍA
SAN JUAN EUDES Y LA FORMACIÓN DE PASTORES SEGÚN EL CORAZÓN DE DIOS
INTRODUCCIÓN
“La más divina de las obras es cooperar con Dios en la salvación de las almas”, gustaba repetir san Juan Eudes, pero no obstante hay una que le sobrepasa:“Trabajar en la salvación y santificación de los eclesiásti- cos porque equivale a salvar a los salvadores, dirigir a los directores, enseñar a los doctores, apacentar a los pastores, dar luces a aquellos que son la iluminación de la Iglesia... Por eso la obra de los Semina-
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rios ha tenido siempre, para la comunidad eudista, una prioridad im- portante, como primero y principal objetivo de la Congregación, al decir de las Constituciones primitivas.
Hoy al recordar el servicio que san Juan Eudes prestó en la preparación y formación de buenos ministros de la Iglesia, debemos orar para que el Señor envíe obreros a su abundante mies y conceda perseverar hasta el final a quienes ha constituido dispensadores de sus misterios.
SALUDO PRESIDENCIAL
Hermanos, que el gozo y la paz de Cristo, Supremo Pastor de la Iglesia, estén con ustedes.
R/ Y con tu espíritu.
OR ACIÓN
Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para anunciar las ines- crutables riquezas del amor de Cristo; concédenos que, movi- dos por su palabra y su ejemplo crezcamos en la fe y llevemos una vida conforme al Evangelio. Por Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo...
R/ Amén.
LECTURA BÍBLICA
Es cierta esta afirmación: Si alguno aspira al cargo de obispo, desea una noble función. Es, pues, necesario que el obispo sea irreprensible, casado una sola vez, sobrio, sensato, educado, hospitalario, apto para enseñar. Ni bebedor ni violento, sino moderado, enemigo de pendencias, desprendido del dinero, que gobierne bien su propia casa y mantenga
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sumisos a sus hijos con toda dignidad; pues si alguno no es capaz de gobernar su propia casa, ¿cómo podrá cuidar de la Iglesia de Dios?
Que no sea neófito, no sea que, llevado por la soberbia, caiga en la mis- ma condenación del Diablo. Es necesario también que tenga buena fa- ma entre los de fuera, para que no caiga en descrédito y en las redes del Diablo.También los diáconos deben ser dignos, sin doblez, no dados a beber mucho vino ni a negocios sucios; que guarden el Misterio de la fe con una conciencia pura. Primero se les someterá a prueba y después, si fuesen irreprensibles, serán diáconos. Las mujeres igualmente deben ser dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo. Los diáconos sean ca- sados una sola vez y gobiernen bien a sus hijos y su propia casa.
Yo te conjuro en presencia de Dios, de Cristo Jesús y de los ángeles esco- gidos, que observes estas recomendaciones sin dejarte llevar de prejui- cios ni favoritismos. No te precipites en imponer a nadie las manos, no te hagas partícipe de los pecados ajenos. Consérvate puro.
(1Tm 3, 1-12. 5, 21-22)
LECTURA EUDISTA
EL SACERDOTE,
PASTOR SEGÚN EL CORAZÓN DE DIOS
El sacerdote debe estar siempre listo a dar su sangre y a sacrificar su vida.
¿Qué es un pastor según el corazón de Dios? Es un verdadero padre del pueblo de Dios, con un corazón rebosante de amor paternal para sus hijos. Ese amor lo impulsa a trabajar incansa- blemente para alimentarlos con el pan de la palabra y de los sacramentos, para que se revistan de Jesucristo y de su santo Espíritu, para enriquecerlos de todos los bienes posibles en lo que mira a su salvación y eternidad.
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Es un evangelista y un apóstol, cuya principal ocupación es anunciar incesantemente, en público y en privado, con el ejem- plo y la palabra, el Evangelio de Jesucristo, continuando en la tierra las funciones, la vida y las virtudes de los Apóstoles.
Es el esposo sagrado de la Iglesia de Jesucristo, tan encendido de amor por ella que todo su anhelo es embellecerla, adornar- la, enriquecerla y hacerla digna del amor eterno del Esposo celestial e inmortal.
Es una antorcha que arde y brilla, colocada en el candelabro de la Iglesia. Ardiente ante Dios y brillante ante los hombres; ar- diente por su amor a Dios y brillante por su amor al prójimo; ardiente por su perfección interior, brillante por la santidad de su vida; ardiente por el fervor de su intercesión continúa ante Dios en favor de su pueblo, brillante por la predicación de la divina palabra.
Un buen pastor es un salvador y un Jesucristo en la tierra. Ocupa el puesto de Jesús, representa su persona, está revestido de su autoridad, obra en su nombre, continúa su obra de re- dención del mundo. A imitación de Jesús, emplea su espíritu, su corazón, sus afectos, sus fuerzas, su tiempo, sus bienes y, si es necesario, entrega su sangre y su vida para procurar, de to- das las formas, la salvación de las almas que Dios le ha confia- do.
Un buen pastor es la imagen viva de Jesucristo en este mundo. De Cristo vigilante, orante, predicador, catequista, trabajador, del que peregrinaba de ciudad en ciudad y de aldea en aldea. Es la imagen de Cristo que sufre, agoniza y muere en sacrificio por la salvación de todos los hombres creados a su imagen y
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semejanza.
(San Juan Eudes, Memorial de la vida eclesiástica, 1: O.C. III, 24- 31)
ORACIÓN EUDISTA
Oremos a Jesús, nuestro gran Sacerdote y digámosle:
R/ Consérvanos en tu camino, Señor.
Pastor eterno, que velas sobre tu rebaño, concede a tu Iglesia los pastores que necesita para iluminar su camino.
R/ Consérvanos en tu camino, Señor.
Señor, tú que nos has dado tu Palabra para que sea nuestra luz, concede a tus ministros anunciarla en su integridad, procla- marla con diligencia y vivirla en plenitud.
R/ Consérvanos en tu camino, Señor.
Señor, tú que has querido ser el padre de los pobres, da a quie- nes escogiste como pastores, defender a sus hermanos de toda opresión.
R/ Consérvanos en tu camino, Señor.
Príncipe de los pastores, que has prometido una corona de glo- ria a tus fieles servidores, coloca junto a ti a los sacerdotes que durante su vida han servido con amor, por su palabra, su ora- ción y sus obras.
R/ Consérvanos en tu camino, Señor. Pueden agregarse otras peticiones.
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ORACIÓN CONCLUSIVA
Oh Dios, que para gloria tuya y salvación del género humano, constituiste a tu Hijo único, sumo y eterno Sacerdote, concede a quienes Él eligió para ministros y dispensadores de sus miste- rios, la gracia de ser fieles en el cumplimiento del ministerio recibido. Por Jesucristo Nuestro Señor.
R/ Amén.
IN TRODUCCIÓN
San Juan Eudes continúa en la Iglesia su obra evangelizadora por me- dio de los hijos de las comunidades por él fundadas: la Congregación de Jesús y María (Padres Eudistas), la Orden de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, que bajo la guía de santa María Eufrasia Pelletier extendió a todo el mundo la iniciativa del santo, y por la aso- ciación de damas de la tercera orden, las llamadas Eudistinas. Pero fue- ra de estas tres grandes ramas ha habido otras fundaciones que hoy se glorían de formar parte de la “Gran Familia Eudista”.
A todas ellas dedicamos hoy este gran último día de la novena con in- tención vocacional a fin de que el Señor bendiga estas comunidades con abundantes vocaciones y con el acrecentamiento de la santidad, entrega y fidelidad de quienes ya pertenecen a esta gran familia Eudista.
SALUDO PRESIDENCIAL
Hermanos, la paz de Dios, que supera todo entendimiento,
NOVENO DÍA
SAN JUAN EUDES, FUNDADOR
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guarde sus corazones y sus pensamientos en el amor de Cristo. R/ Amén, Gloria a Dios.
OR ACIÓN
Oh Dios, que elegiste a san Juan Eudes para anunciar las ines- crutables riquezas del amor de Cristo; concédenos que, movi- dos por su palabra y por su ejemplo, crezcamos en la fe y lleve- mos una vida conforme al Evangelio. Por Nuestro Señor Jesu- cristo, tu Hijo...
R/ Amén.
LECTURA BÍBLICA
Y como cooperadores suyos que somos, los exhortamos a que no reciban en vano la gracia de Dios. A nadie damos ocasión alguna de tropiezo, para que no se haga mofa del ministerio, antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios:
con mucha constancia en tribulaciones, necesidades, angustias; en azo- tes, cárceles, sediciones; en fatigas, desvelos, ayunos; en pureza, ciencia, paciencia, bondad; en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la pala- bra de verdad, en el poder de Dios.
(2Co 6,1.3-7a)
LECTURA EUDISTA
EL SACERDOTE,
MISIONERO HASTA LOS CONFINES DEL MUNDO
“Parte en el nombre de la santaTrinidad para hacerla conocer y ado- rar.”
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Vete, pues, en nombre de la Santísima Trinidad, para hacerla conocer y adorar en lugares donde no es conocida ni adorada.
Vete en nombre de Jesucristo, Hijo único de Dios, para aplicar a las almas el fruto de la preciosa sangre que derramó por ellas.
Vete bajo la protección y salvaguardia de la divina María, para imprimir en los corazones el respeto y la veneración que le son debidos; y bajo la protección del bienaventurado San José, de San Gabriel, de nuestro Ángel guardián, de los Santos Apósto- les, de los lugares donde vayas, para trabajar con ellos en salvar las almas perdidas y abandonadas.
Irás en nombre y de parte de nuestra pequeña Congregación para hacer en China y demás lugares a donde la Providencia te conduzca, lo que ella quisiera hacer en todo el universo derra- mando su sangre hasta la última gota, para destruir allá la tira- nía de Satanás y establecer el reino de Dios.
Pero recuerda que por ser esta obra muy apostólica, necesitas una intención muy pura para no buscar más que la gloria de Dios, una profundísima humildad y desconfianza de ti mismo, una gran confianza en su infinita bondad, una entera sumisión a su adorabilísima voluntad y a la de los Prelados que los tendrás en su lugar, una paciencia invencible en los trabajos, un celo ardiente por la salvación de las almas y una sincera cordialidad para con los demás eclesiásticos.
Medita con frecuencia estas virtudes, pídelas continuamente a Dios y procura cumplirlas fielmente. Que la divina bondad te la dé en perfección, con todas las demás gracias que te son ne- cesarias y convenientes para cumplir perfectamente su santísi-
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ma voluntad, y para que se comporte por todas partes como verdadero misionero de la Congregación de Jesús y María y como verdadero hijo de su amabilísimo Corazón.
Que el adorable Jesús y la divina María te den con este fin su Santa bendición; que ésta permanezca siempre en ti, y que te preceda, acompañe y siga por todas partes y en todas las cosas.
Con este deseo pronunciamos sobre ti, en el nombre de Jesús y María, en el amor sagrado de su amantísimo Corazón, estas preciosas palabras de la Santa Iglesia: “Nos cum prole pia benedi- catVirgo María.” (Nos bendiga con su Hijo, la SantísimaVirgen María).
(De las Cartas de san Juan Eudes. Carta al Padre De Sesseval, con ocasión de su partida a las misiones extranjeras, 1,60: O.C. X, 449- 450)
VOCACIÓN APOSTÓLICA DE LA ORDEN DE NUES- TRA SEÑORA DE LA CARIDAD DEL BUEN PASTOR
“Tienen la misma vocación con la Madre de Dios.”
Ustedes, queridísimas hijas, tienen, en cierta manera, la misma vocación con la Madre de Dios. Así como Dios escogió a María para formar a su Hijo en ella y por ella en el corazón de los fie- les, también las ha llamado a ustedes a esta comunidad para ha- cer vivir a su Hijo en ustedes y para resucitarlo, mediante uste- des, en las almas en las cuales había muerto por el pecado. Por eso es santa su vocación y es prodigiosa la bondad de Dios con ustedes por haberlas llamado a un Instituto verdaderamente apostólico.
Pero sepan que esta ocupación de ustedes desagrada grande-
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mente al espíritu maligno, el cual a nadie odia tanto como a quienes trabajan en la salvación de las almas. Por eso no dejará de poner tentaciones a su vocación. Les mostrará las molestias y dificultades que en ella tienen que soportar. Pero recuerden, amadas hijas, que no hay condición alguna en este mundo exenta de trabajo y sufrimiento y que si no sufren con Jesús tampoco reinarán con él. Y que nuestra felicidad en este mun- do consiste en estar crucificados con él.
Por eso nada debemos temer tanto como la ausencia de la cruz en nuestra vida. Contemplen un crucifijo y miren lo que él ha sufrido para salvarnos. ¿Sería acaso razonable estar asociadas con él en esta obra tan grande, que lo hizo venir a este mundo para salvar a los pecadores con la entrega dolorosa de sí mis- mo, y que ustedes estuvieran dispensadas de sufrir?
¿No deberíamos morir de vergüenza a la vista de nuestras debi- lidades y cobardías? Las más pequeñas dificultades nos des- alientan, y convertimos las moscas en elefantes. Nos entriste- cemos de lo que debería regocijarnos, temblamos cuando no hay motivo alguno de temor. Queremos gozar de las ventajas de la vida religiosa pero rechazamos la cruz. Y en esto nos equi- vocamos tristemente: porque toda devoción que no nos lleve a renunciarnos a nosotros mismos, a nuestros deseos o satisfac- ciones propias, a llevar nuestra cruz en pos de Cristo por el camino que él recorrió en busca de las almas extraviadas, es mera ilusión y engaño.
¿No saben, queridas hermanas, que el camino real para llegar al cielo es el camino de la cruz, que no hay otro distinto y que las virtudes genuinas y sólidas, las que necesitamos para agradar a Dios, sólo se adquieren con muchas penas, sudores, mortifica- ciones y violencias sobre nosotros mismos?
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¿No han oído al Señor que nos dice: “El reino de los cielos padece violencia y sólo lo arrebatan los que se esfuerzan contra sí mismos”? (Mt 11, 12). ¿No saben que fue necesario que Jesús mismo pa- sara por infinitas tribulaciones para entrar en su propia gloria que por tantos títulos era suya?
¿Cómo pretenden ustedes ser del número de sus miembros y esposas si no buscan asemejarse a él?
¿Quieren que se invente un Evangelio nuevo para ustedes? ¿Desean que Dios les envíe un Mesías distinto, un Mesías de azúcar y de rosas? ¿Quieren llegar al paraíso por caminos dis- tintos del que recorrieron la Madre de Dios y todos los santos? ¿O quieren ustedes llegar solas al paraíso y abandonar a sus po- bres hermanas en el camino del infierno por ser ustedes tan delicadas que temen la molestia que les cause tenderles la mano para rescatarlas?
Les aseguro, queridísimas hijas, que es imposible que nuestro Señor deje caer a aquellos que por amor a él ayudan a los de- más a levantarse. La pureza no puede jamás mancharse cuando va unida a la verdadera caridad, así como los rayos del sol no pueden mancharse con el lodo. Destierren sus temores y con- fíen en aquel que las ha llamado para esta divina ocupación. Si desconfían de ustedes mismas y se apoyan en él no las abando- nará para dejarlas caer.
(De las Cartas de san Juan Eudes. A las Hermanas de Nuestra Se- ñora de la Caridad de Caen. 2, 8; O.C.X, 511-514)
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EL TESTAMENTO DE SAN JUAN EUDES
“Entrego este Corazón como algo que me pertenece.”
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y en ho- nor y unión del Testamento que mi Jesús hizo en el último día de su vida mortal sobre la tierra, hago el siguiente testamento, únicamente para gloria de mi Dios.
Me entrego de todo corazón a mi Salvador para unirme a la fe perfectísima de su santa madre, de sus apóstoles, de sus santos y de toda la Iglesia. Y en unión con esta fe declaro a la faz del cielo y de la tierra que quiero morir como hijo de la santa Igle- sia católica, apostólica y romana, adherido a todas las verdades cristianas que ella enseña. Me ofrezco a mi Dios, dispuesto a padecer, con la ayuda de su gracia, toda clase de tormentos y de muertes para permanecer fiel a ella.
De todo corazón me entrego al amor infinito que llevó a Jesús a morir en la cruz por mí y por todos los hombres. En unión de este amor, acepto la muerte en el tiempo, lugar y manera que a él le plazca, para honrar y agradecer su santa muerte y la de su gloriosa madre. Le suplico con toda humildad, por el pu- rísimo Corazón de su divina madre y por su Corazón traspasa- do de amor y dolor en la cruz por nosotros, que me conceda la gracia de morir en su amor, por su amor y para su amor.
Con toda mi voluntad me entrego al amor incomprensible por el que Jesús y mi bondadosa Madre me han hecho don especial de su amabilísimo Corazón. En unión de ese amor entrego ese Corazón, como algo que me pertenece y del que puedo dispo- ner para gloria de mi Dios, a la pequeña Congregación de Jesús y María para que sea la herencia, el tesoro, el patrono principal
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del corazón, la vida y la norma de los verdaderos hijos de esta Congregación, la cual a su vez entrego y dedico a ese Corazón para que esté consagrada a su honor y su alabanza en tiempo y eternidad.
Suplico y ruego a todos mis amadísimos hermanos que se es- meren por rendir a ese Corazón amantísimo y hacerle rendir todo el honor que les sea posible. Que celebren sus fiestas y oficios en los días señalados en nuestro Propio con todo el fer- vor y que en todas sus misiones exhorten a los fieles sobre este tema. Les pido que se esmeren por imprimir en sus corazones una imagen perfecta de las virtudes de este santísimo Corazón, considerándolo y siguiéndolo como la regla primera de sus vi- das.
Que se entreguen a Jesús y María en todas sus acciones y ejer- cicios para realizarlos con el amor, la humildad y demás dispo- siciones de su sagrado Corazón, para que así amen y glorifi- quen a Dios con un corazón digno de Dios, corde magno et animo volenti, y lleguen a ser conformes al Corazón de Dios e hijos verdaderos del Corazón de Jesús y de María.
Igualmente hago entrega de este Corazón preciosísimo a todas mis amadas hijas las religiosas de Nuestra Señora de la Caridad, a las Carmelitas de Caen y a todas mis demás hijas espirituales, especialmente a quienes tienen afecto especial por su indignísi- mo padre y cuyos nombres están en el libro de la vida: y los entrego a todos y cada uno a este bondadosísimo corazón por las intenciones antes indicadas.
Les prometo que si mi Salvador me otorga la salvación como la espero de su infinita misericordia y de la caridad incomparable de su santa madre, tendré especial cuidado de ellos desde el
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cielo y los asistiré en la hora de su muerte, junto con esta bon- dadosa y santa Virgen.
Finalmente me entrego de todo corazón a mi amadísimo Jesús para unirme a las santas disposiciones con que él, su santa ma- dre y todos sus santos han muerto, aceptando por su amor to- das las penas de cuerpo y de espíritu que me vendrán en mis últimos días. Quiero que mi último suspiro sea un acto de puro amor a él y le suplico que acepte todos estos sentimientos míos y los conserve para la hora de mi muerte.
(San Juan Eudes, Testamento, O.C.XII, 169-175) ORACIÓN EUDISTA (Magníficat)
Alaba, alma mía, al Corazón admirable de Jesús y de María.
Mi espíritu se regocijó en mi gran Corazón.
Jesús y María me entregaron su Corazón, para que viva siem- pre en su amor.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
¡Cosas grandes hizo en mí este Corazón bueno!, desde el vien- tre materno me hizo suyo.
El abismo de mis miserias, atrajo el abismo de sus misericor- dias.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Se anticipó a enriquecerme, con los favores de su bondad.
Con la sombra de su mano me protegió, y me consintió como a la pupila de sus ojos.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
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Me escogió para ser su sacerdote, y me dio un puesto entre los servidores de su pueblo.
Puso sus palabras en mis labios, e hizo mi boca como espada acerada.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Me ha purificado y me ha hecho revivir, ha estado en todos mis caminos.
Ha batallado contra mis enemigos, de todas mis tribulaciones me ha liberado.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Corazón lleno de amor, fuente de todo bien, de ti me vinieron favores sin cuento.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
A Ti la alabanza, el honor y la gloria, a Ti canten todas las len- guas, te amen todos los corazones.
Tus misericordias te proclamen grande, las maravillas de tu amor te revelen a los hombres.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Tus servidores te ensalcen, te alaben, te glorifiquen por siem- pre.
El Padre misericordioso tenga presente su sacrificio, y escuche los deseos de tu Corazón.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Corazón de Jesús, destrozado por nosotros en la cruz, a impul- sos del amor y del dolor, para Ti se consuma nuestro corazón, en el fuego perpetuo de tu amor.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
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Corazón de María, atravesado por la dura espada de dolor, haz que la fuerza del amor divino, penetre nuestro corazón.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Corazón de Jesús y de María, hoguera de amor, en Ti se sumer- ja nuestro corazón.
R/ Gracias infinitas les sean dadas por este don inefable.
Se consuma en tus llamas, para que por siempre se identifique con el Corazón de Jesús y de María.


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