miércoles, 30 de noviembre de 2016

ESOS FALSOS “CUENTOS” DE LA JUSTICIA



FALSOS «CUENTOS» DE NAVIDAD
LA VERDAD

No hay suficientes alimentos para todos.
La FAO dice que hay tierra fértil para 10 veces la población mundial actual.
En el mundo hay demasiada población.
Actualmente se producen alimentos para el doble de la población mundial.
Sólo el progreso económico acabará con el hambre.
En 2008, con una de las mayores cosechas de la Historia, aumentó el precio de los alimentos debido a la especulación financiera .
La justicia es incompatible con la eficiencia económica.
Hoy, el 1% de la población acumula el 35% de la riqueza mundial, mientras hay 240 millones de desempleados, según la OIT.
Y el “Cuento” que más hambre produce:
¡No se puede hacer nada!
Millones de empobrecidos luchan organizadamente por la Justicia hoy: Niños denunciando el hambre, campesinos tratando de reconquistar sus tierras, inmigrantes reclamando por sus derechos….
Entonces, ¿cómo es ese cuento de que no podemos hacer nada?


La verdadera historia: «Bienaventurados los pobres porque de ellos es….»




martes, 29 de noviembre de 2016

La esperanza llega a nuestra vida - 1º Domingo de Adviento, Ciclo A

CANCIONES PARA ORAR Y PENSAR: SALVEMOS LA HOSPITALIDAD - MIGUELI - UN AGUJERO CON MIL COLORES

Domingo 1 Adviento Ciclo A ( Castellano )

Del Corazón de la Madre al Corazón del Hijo

Del Corazón de la Madre...
En el pensamiento de Juan Eudes la devoción al Corazón del Hijo no puede separarse del Corazón de la Madre. Más aún, podemos afirmar que Juan Eudes llegó al Corazón de Cristo a través del Corazón de María. Histórica­mente, él centró su mirada espiritual primero en éste, y sólo en un segundo momento consideraría, de manera particular, el Corazón de Jesús. De la contemplación de Jesús «viviendo y reinando en María» -tal como lo expresa en Vida y Reino- fue pasando poco a poco a centrar su mirada en la Virgen Madre, hasta descubrir su Corazón; este descubrimiento se dio en 1643, cuando acababa de abandonar el Oratorio: al meditar sobre la vida cristiana en cuanto parti­cipación de la vida de Cristo, comprendió que nadie mejor que María había vivido esto a través de una identificación extraordinaria con su Hijo. Constataba así que lo que hay de más importante, de más profundo, de más personal en Ella, es su Corazón: el centro, según el lenguaje bíblico, de su ser y la sede de su amor. Que en ese corazón, primeramente, se habían situado el «llena eres de gracia» y el «hágase en mí según tu palabra»[1].
Posteriormente, al fijar su mirada en ese corazón, descubre que allí Jesús vive y reina perfectamente. Esta idea le parece tan bella y tan importante que se propone celebrar una fiesta al Corazón de María. De hecho, compone una misa y un Oficio sirviéndose de textos de la Escritura y de los Padres de la Iglesia, complementados con oraciones, antífonas e himnos, redactados por él mismo. 
El 8 de febrero de 1648, cuando predicaba una misión en Autun, obtiene del Obispo del lugar la autorización para celebrar esta misa (y probablemente también las Vísperas): es la primera celebración litúrgica del Corazón de María en la historia de la Iglesia. Continúa luego celebrando esa fiesta y publicando textos litúrgicos que se irán extendiendo a diversas diócesis de Francia donde fueron adoptados, aun sin conocer su paternidad. De hecho, es seguro que santa Margarita María, que ingresaba a la Visitación de Paray-le-Monial 24 años más tarde (1672), los había conocido, y alimentando en ellos su piedad, aunque ignorara quién fuera el promotor de la fiesta ya que el pequeño libro litúrgico utilizado no llevaba el nombre del autor.
Las oraciones compuestas por Juan Eudes, largas pero muy bellas[2], nos ofrecen una síntesis de su espiritualidad sobre el tema del corazón. «Señor, Dios nuestro -dice la de inicio-, Tú has querido que Tu Hijo único viva y reine en el corazón de la Virgen Madre». Éste es el primer tema de la fiesta: Cristo Jesús que vive y reina en el co­razón de la Virgen Madre. En la oración de acción de gracias encontramos una perspectiva más particular: «Has querido, Señor, que la Virgen guarde y medite en su corazón el admirable misterio de Tu Hijo Jesús», aludiendo a aquello del Evangelio: «María conservaba todos esos acontecimientos y los meditaba en su corazón». 
Amaba este texto y lo meditó ampliamente. Para él, esos "acontecimientos" son los misterios de Cristo: ve a María acogerlos, rumiarlos, vivir de ellos, participar de ellos; no sólo del nacimiento de Jesús, sino de todos los demás. Es, pues, un segundo tema que exige el primero: la presencia de los misterios de Jesús en María reclama la vida de Jesús en María. 
Un tercer tema se añade luego: la identificación de Jesús con María es tan grande que ambos no forman sino un solo corazón. Juan Eudes habla, entonces, con un lenguaje muy atrevido, «del Corazón de Jesús y María» o del «del Corazón único de Jesús y María». En ocasiones emplea otra expresión ligera­mente diferente: «Jesús es el Corazón de María»: Jesús está tan pre­sente en el Corazón de María que, finalmente, el Corazón de María es Jesús[3]
Como sabemos, la oración Salve Corazón santísimo y aquel Magnificat que él redactó con tanta pasión mística, se dirigen al «Corazón de Jesús y de María». Esta unificación tan absoluta no resulta, a primera vista, fácil de entender; a algunos podría hasta parecerles que roza lo herético. Pero es fundamental, incluso desde una perspectiva eclesiológica. 
Como anota Mons. Guillon, el «misterio de la unión del Corazón de Jesús y del Corazón de María» constituye el corazón de la Iglesia, porque «el Co­razón de Jesús y de María» es, en el fondo, la célula inicial de la Iglesia[4]. Jesús se comunica primero a María; y en esa comunión inicial entre Jesús y María hasta formar un solo Corazón está germinalmente presente la Iglesia; porque esa misma comunión deberá ser ampliada más y más, hasta que todos los hombres tengan también un solo corazón. Como lo expresaba Juan Eudes en la misma oración de apertura: «Concédenos cumplir Tu voluntad y no tener sino un solo corazón entre nosotros y con Ellos».
Por eso Juan Eudes nos invita a contemplar a Cristo que vive en el Corazón de la Vir­gen María y a pedirle luego que podamos entrar en esa misma comunión, hasta no tener sino un solo Corazón con Jesús y María, y entre nosotros. En otras palabras, la fuente y la modalidad de esta unidad-comunión, que moldea a la iglesia como raíz y como meta, es precisamente nuestra unión con los Corazones de Jesús y de María; perspectiva muy rica y hermosa del pensamiento eudiano que valdría la pena profundizar.
Poco antes de morir concluiría su obra póstuma, El Corazón Admirable de la Muy Santa Madre de Dios, que sería bellamente editada en 1681, después de su muerte. Había pretendido reunir en ella todo lo que había sido dicho y todo lo que pudiese decirse en alabanza del Corazón de María. Y efectivamente, tras un ímprobo esfuerzo, logró reunir muchos textos de los Padres de la Iglesia y de autores es­pirituales, integrándolos en una voluminosa obra que, aunque en su conjunto resulta bastante indigesta, ofrece páginas muy bellas y sugerentes.

...Al Corazón del Hijo
En 1668 se da cuenta de que es necesario atender en forma especial al Corazón de Jesús y compone a tal fin un oficio en su honor; el 27 de julio de 1672 lo envía a sus coherma­nos pidiéndoles celebrar, por primera vez, la fiesta del Corazón de Cristo. Ha ido pasando, así, del Corazón de María y el Corazón único de Jesús y María al Corazón de Jesús, como síntesis de una espiritualidad que podemos definir como del amor y la misericordia. 
Este descubrimiento del Corazón de Cristo, íntimamente unido al de María hasta no formar sino un sólo corazón, representa como la plenitud de toda la vida espiritual y apostólica de san Juan Eudes[5]. Toda su doctrina se sintetiza y unifica en torno a esta devoción, que anuncia con un himno de victoria a sus hijos: «Es una gracia inexplicable, que nuestro amabilísimo Salvador nos ha concedido, el habernos dado en nuestra congre­gación el Corazón admirable de su Santísima Madre; pero su bondad sin lími­tes no se detuvo allí, ha ido mucho más lejos al darnos su propio corazón para  que sea, junto con el de su gloriosa Madre, el fundador, el superior, el prin­cipio y el fin, el corazón y la vida de esta misma congregación»[6].
Como decíamos, para él el Corazón es, manifiestamente, lo más profundo, lo más íntimo, lo más personal de Cristo, el centro de su personalidad. Hacia allí orienta su mirada, y descubre el Amor. El Amor en todas sus dimensiones: «El Corazón de Jesús es el corazón humano que Dios se dio para revelar su amor de la manera más viva. Es el corazón que necesitaba para llevar las miserias de los miserables»[7]. Este Corazón se presenta como una lograda síntesis entre lo espiritual y lo humano, como un compendio de toda la espiritualidad, como el símbolo de la interio­ridad entrelazada, que dice el P. R. Hebert[8]
De esa manera, la doctrina espiritual que Juan Eudes venía predicando desde los tiempos iniciales de Vida y Reino, basada en una pausada reelabo­ración de la doctrina paulina sobre el Cuerpo Místico, se ilumina ahora con un fulgor renovado, se embellece, profundiza y enriquece, poniendo de relieve a la vez, explica Mons. Guillon, «la interioridad de las personas y la comunión entre ellas, y hace estallar el poder del amor que, viniendo del Padre y manifestado en el Corazón de Jesús, inflama el Corazón de María antes de penetrar en los corazones de todos los hombres y de transformar el universo entero»[9]
Aspecto también especialmente interesante, rico y sugerente de nuestro patrimonio espiritual. ¿Acaso no se corresponde con una de las grandes utopías antropológicas de hoy: la reconciliación y la unificación del mundo, en la perspectiva de alcanzar una amplia comunidad solidaria, fraternal, democrática, igualitaria, justa y humana?....



[1] Dos siglos más tarde, otro apasionado de los Corazones de Jesús y de María, san Antonio María Claret, diría en forma lapidaria: «El Corazón de María es su Amor»  (Carta a un devoto del Corazón de María, Epistolario Claretiano, 1,1459, lin. 64); y comenta en otra parte: «su Corazón es el centro de su Amor a Dios y a los hombres»  (Ejercicios espirituales que practica la Cofradía del Corazón de María, Barcelona, L.R., 1863, p. 34).

[2] Posteriormente han sido reducidas a petición de Roma.

[3] Cf. para este tema, Cl. Guillon, Conf. cit.

[4] Elegantemente había dicho Bossuet: «La Iglesia  es Jesús extendido y comunicado». Cf.GUILLON, CL, Coferencia en el Congreso de religiosos(as) de Portugal, Fátima, sept. de 1981.

[5] Cf. C. GUILLON, Esprit et vie, Nº 6 (1973), p. 82.

[6] Cf. Carta del 29 de julio de 1672 a las comunidades eudistas para invitarlas a celebrar por vez primera la fiesta del Corazón de Jesús, O.C., tomo X, p.459.'

[7]  Les Eudistes en Amerique du Nord, vol. XIII, Nº 1, 81.

[8] HEBERT R., Conferencia, en Caracas....

[9] GUILLON, CL, Coferencia en el Congreso de religiosos(as) de Portugal...

sábado, 26 de noviembre de 2016

MISION Y MISERICORDIA


Misión es partir, 
caminar, dejar todo, 
salir de sí, quebrar la corteza del egoísmo 
que nos encierra en nuestro yo.

Es parar de dar vueltas 
alrededor de nosotros mismos 
como si fuésemos el centro 
del mundo y de la vida.

Es no dejar bloquearse 
en los problemas del mundo pequeño 
a que pertenecemos: 
La humanidad es más grande.

Misión es siempre partir, 
más no devorar kilómetros. 
Es sobre todo abrirse a los otros 
como hermanos, descubrirlos 
y encontrarlos.

Y, si para descubrirlos y amarlos 
es preciso atravesar los mares 
y volar por los cielos, 
entonces misión es partir 
hasta los confines del mundo.




Monseñor "Dom" Helder Câmara

miércoles, 23 de noviembre de 2016

INVITACIÓN A JÓVENES CON VOCACIÓN DE MISIONEROS DE LA MISERICORDIA


Dios regala a cada criatura un proyecto, le confía una tarea, le pide un compromiso. Es lo que nosotros llamamos "vocación".
"Señor, ¿qué quieres que yo haga?" "¿Cómo debo seguirte y vivir en el amor?, son preguntas frecuentes, sobre todo entre los jóvenes. 
Nosotros queremos ser, con mucha sencillez, un punto de referencia para tantos jóvenes que van por la vida corriendo, pero sin saber muy bien hacia dónde corren...
Corren a la discoteca, a los conciertos.
Corren a celebrar los ritos dominicales en los estadios.
Corren a las manifestaciones de las plazas.
Corren a hacer experiencias de amor verdadero y falso.
Corren a los concursos de belleza, se someten a pruebas para convertirse en estrellas de la televisión y del espectáculo.
Corren a buscar paraísos artificiales, en búsqueda de paraísos artificiales, estáticos, con las pastillas, con la droga. 
Corren... Quizás para escapar de sí mismos... ¿O para buscarse a sí mismos?... ¿Quizás a Dios?... 
¿Quién puede darles una respuesta verdadera?
Nos dirigimos a los jóvenes que buscan algo, que buscan a alguien...
Quisiéramos dar respuesta a jóvenes que se interrogan sobre el sentido de la vida, sobre la vía que deben tomar, sobre las decisiones de la vida: el matrimonio, la consagración religiosa, el voluntariado, la misión....
¿Cómo? Con la acogida fraternal, la compañía personal o de grupo. La Palabra de Dios, la caridad fraternal y las ciencias humanas guían y orientan concretamente este trabajo de búsqueda.
Queremos acoger también a los jóvenes que desean pasar una experiencia de vida comunitaria y fraternal, compartir la misión, el servicio, la entrega, la misericordia incondicional.... ¿Quieres conocernos? ¡Ven! °Detente y comparte con nosotros!


Somos los hijos de Juan Eudes, un santo que supo de la misericordia vivida a pleno pulmón.... Te estamos esperando... Te invitamos a hacer tuyas las miserias de los miserables, a hacer algo para solucionarlas... y a hacerlo con nosotros...

HACIA EL CORAZON DE DIOS


El hombre es animal de símbolos. La vida humana está llena de signos y de símbolos. Formas originales pero válidas y extraordinariamente expresivas de lenguaje, especies de palabra, que trascienden toda otra palabra hablada o escrita.
Por eso, ayudan a percibir y a comunicar lo que no es posible captar y traducir o expresar de otro modo. Del signo -y, particularmente, del símbolo- se puede afirmar lo que Vicente Huidrobo afirmaba del verso: que es una «llave que abre mil puertas». Porque puede suscitar, despertar y ofrecer incontables sugerencias y vivencias. Cuando ofrecemos una flor, por ejemplo, no es su materialidad lo que importa sino lo que con ella queremos expresar: amor, cariño, gratitud... Cuando encendemos una vela ante una imagen, tampoco son la llama o la cera derretida lo valioso, sino la fe que así queremos manifestar.
El signo y el símbolo no sólo son muy expresivos sino que constituyen un lenguaje verdaderamente univer­sal, que cualquiera puede entender; son como «palabras naturales de todas las gentes», afirmaba san Agustín[1]. Ahora bien, ningún signo y ningún símbolo es más universal y expresivo que el corazón. Cuando queremos hablar del «centro» de algo o de alguien, empleamos la palabra corazón. Cuando intentamos expresar el amor más profundo y más intenso, decimos: «con todo el corazón». En el lenguaje cotidiano amor y corazón se han hecho casi sinónimos.
Según la Biblia la palabra “corazón” -que aparece 858 veces en los textos del A.T. y 148 veces en el N.T.- expresa el núcleo vivo de la persona y, de allí, a la persona misma, toda entera, pero contemplada desde su máxima interioridad[2]. Remite al centro de toda la vida psíquica y moral del hombre, al eje en torno al cual gira todo lo que es y todo lo que hace, a la raíz misma de la personalidad, al hontanar más hondo de la vida, al centro ordenador de la existencia, a la fuente viva del pensar, del querer y del amar. 
Sobre todo a esto último, pues el núcleo vivo de la persona, su urdimbre, su entramado más profundo, su tejido primordial, es la capacidad y necesidad de amar y de ser amado, aspectos todos que recoge la simbólica del corazón. En tal sentido, el corazón se convierte en sumario de la persona pero asumida desde el núcleo de su interioridad. Ninguna otra palabra puede describir con mayor riqueza y elasticidad la interioridad del hombre; por eso es el lugar donde Dios habita, donde Dios vive, actúa y se comunica, donde el Espíritu Santo realiza sus operaciones más secretas y profundas.
No debe sorprendernos, entonces, que la palabra corazón sea un vocablo primordial en todos los idiomas: una de esas palabras que merecen la calificación de «primeras» y de «mayores» en el lenguaje universal y, por lo mismo, en todas las relacio­nes humanas; una de esas palabras originarias que, como anota K. Rahner, en el lenguaje humano «sirven de conjuro», pues son capaces de unirlo y condensarlo todo[3]. Y al preguntarse cuál sería, en la teología y en la espirituali­dad cristianas, esa palabra originaria, se responde: «No hay ninguna otra. No se ha pronunciado ninguna otra palabra que la de Corazón de Jesús»[4].
Es comprensible, entonces, que, como decíamos arriba, la experiencia y vivencia de una particular relación con el Corazón de Je­sús -y con el Corazón de María- haya calado tánto en la piedad popular y haya estado en la base fundacional de tántos Institutos cristianos, haciendo parte integrante y esen­cial de su historia, de su vida y de su quehacer apostólico[5]
Más aun, puede afirmarse que, en todas las Congregaciones religiosas, en todos los Institutos y Cofradías, sin excepción, se rinde un especial culto y se tributa un honor especial al Sagrado Corazón de Jesús y al Inmaculado Corazón de María.

Del símbolo a la espiritualidad
No parece exagerado afirmar que el tema del corazón fue, en el pensamiento del P. Eudes, una nota dominante, que se expresó múltiplemente, a través de su predicación, sus escritos y de su servicio de misericordia. 
En sintonía bíblica, lo usó al comienzo para simbolizar la interioridad de los seres y su deseo de comunión mutua en el amor; porque es en el corazón donde se establece la vida y reinado de Jesús en el hombre; expresaba así la que sería una característica de su doctrina y su vida: su profundo respeto por el “otro” y por su misterio único. Luego, paulatinamente, llevado por una experiencia personal, madurada y profundizada, de la misericordia de Dios, fue ampliando el alcance del símbolo hasta significar el amor de Dios expresado y personificado en Jesús.
Por los tiempos en que Juan Eudes hacía su opción definitiva por la mise­ricordia -nos señala el P. Milcent- ya venía madurando «las nuevas intuiciones espirituales que luego serían traducidas a través del signo del corazón: iba a comprender más y más, al paso de sus opciones y de sus avances, que Dios se revela plenamente en el ‘corazón amantísmo’ de Jesús, que es tam­bién el corazón de su madre María»[6]
Sin embargo, este paso de la doctrina sobre el corazón y la misericordia a la devoción al Sagrado Corazón, exigió, en el pensamiento del P. Eudes una evolu­ción a la vez sencilla y luminosa[7]. Ya en 1637 explicitaba en Vida y Reino la contemplación de lo que hay de más personal y más íntimo en la persona de Jesús, aquello que Bérulle bautizara como su «interior» y proponía la formación de Jesús en nosotros; a partir de allí fue evolucionando, siempre en la perspectiva del corazón. 
Pero fue su propia experiencia de contemplación del Padre como Amor misericordioso, aquella que lo hizo infatigable misionero de la misericordia, la que lo llevó también a profundizar su comprensión de Jesús y del misterio de salvación en los misterios del Corazón de María y del Corazón de Cristo. En tal sentido, no deja de ser evocador el texto que escogiera como antífona para las primeras vísperas de la fiesta del Sagrado Corazón: «Mi corazón es Caridad, quien permanece en la caridad permanece en mi corazón y mi Corazón permanece en él».




[1] SAN AGUSTIN, Confesiones, 1, 8, 13.
[2] Cf. ALONSO, Severino M., 
[3] K RAHNER, Devoción al Corazón de Jesús, en Escritos de Teología» Madrid, 1967, t. Vll, p. 519. 
[4]  K. RAHNER, ib., p. 521.
[5] En el Annuario Pontificio de 1992, apa­recieron nada menos que ciento setenta (170) Congregaciones, masculinas y femeninas, que llevan, en su título oficial o «nombre propio», carismático, reconocido y aprobado por la Iglesia, la referencia explícita al Corazón de Jesús, al Corazón de María, o a los dos a la vez. Y sabemos que el «nombre propio» -sobre todo, en sentido bíblico- no es sólo ni principalmente un mero distintivo, sino la expresión de la propia «i­dentidad», lo más entrañable y esencial de la propia vocación y mi­sión en el mundo.
[6] MILCENT P., op. cit., p. 107 (Trad. mía).
[7] Precisamos aquí que cuando hablamos de "devoción", no empleamos la palabra en su sentido peyorativo, como algo mezquino, superficial o restringido, sino en el sentido de espiritualidad, como orientación de la mirada espiritual, como proyecto de vida.

martes, 22 de noviembre de 2016

Fina antropología de la escuela beruliana

La antropología eudista, como toda la beruliana, está marcada por el tema de Cristo viviente en el hombre, que no puede reducirse a la presencia de una gracia eficaz, al estilo jansenista. Es mucho más que la simple imitación de Cristo. Se trata de hacer todas las cosas con el espíritu de Jesús.
Ello los llevó a dar una gran importancia a la vocación bautismal y, paralelamente, a la vocación del laico. Como decía Olier, para ser una hostia viva «no se requiere un sacerdocio solemne, ni un sacerdocio delegado. Basta tener la sola verdadera y real presencia del Espíritu de Jesucristo[1]
Y esto es lo que Juan Eudes pide a los cristianos: que vivan en un estado de hostias permanentes, conforme a su compromiso bautismal.
Esta insistencia sobre la vida de Cristo en nosotros corrige lo que puede parecer su visión demasiado pesimista de la naturaleza humana. Al contrario, se puede estimar que esta enseñanza «es tan optimista, tan dilatadora del corazón y tan llena de esperanza que nos llega como una verdadera buena noticia»[2]
Como escribe Krumenacker, «la insistencia sobre la conformidad con Cristo concluye en una verdadera exaltación del hombre»[3].
Y es obvio que está visión amplia y generosa del compromiso y la vocación bautismal, según la cual todos los cristianos están llamados originalmente a vivir en Cristo por el bautismo, enfrenta con éxito la visión jerárquizante de la iglesia y pone las bases para la concepción de la iglesia como pueblo de Dios, conforme al planteamiento cimero del Vaticano II. 
En esto también los berulianos,  Juan Eudes entre ellos, se adelantaron a  su tiempo.



[1]  J.J. Olier,  Vivre pour Dieu en Jesus-Christ, ed. M. Dupuy, Paris, Ed. Du Cerf, 1995, p. 138.
[2]  Es la apreciación de un benedictino americano, citado por R. Deville, L‘Ecole française de spiritualité, Desclée, 1987, p. 173.
[3] Krumenacker, L‘école française de spiritualité…, p.  382.

lunes, 21 de noviembre de 2016

El grito de los pobres sigue clamando justicia...

"Hazme justicia": Este es el grito que llega todos los días desde los empobrecidos y oprimidos de los países pobres a los países ricos. Cada patera, cada lancha de inmigrantes, cada camión de doble fondo cruzando de noche la frontera con México, es un grito de dolor, angustia y desesperación de los más empobrecidos de África y de América del Sur. No es el griterío de los grandes campos de fútbol, ni de los conciertos multitudinarios de los países ricos a costa de los países pobres.
Lucas: 18,1-8: Jesús, para explicar a los discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola: "Había un juez en una ciudad que ni temía a Dios ni le importaban los hombres. En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: "Hazme justicia frente a mi adversario"; por algún tiempo se negó, pero después se dijo: "Aunque ni temo a Dios ni me importan los hombres, como esa viuda me está fastidiando, le haré justicia, no vaya a acabar pegándome en le cara". Y el Señor respondió: Fijaos en lo que dice el juez injusto; pues Dios ¿no hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche? ¿o les dará largas? Os digo que les hará justicia sin tardar. Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿ encontrará esta fe en la tierra ?
En nuestra oración no le pidamos a Dios que arregle este mundo, sino digámosle qué estamos dispuestos a hacer nosotros para arreglarlo. Aquella viuda del evangelio, no se dirigió a Dios clamando justicia, sino al juez que era quien tenía la obligación de hacerle justicia. Dios ya hace todo lo que tiene que hacer sin que le digamos ni pidamos nada. El problema no es Dios, el problema somos los hombres, que no hacemos lo que podemos y debemos hacer.
No acabamos de entender que este mundo está exclusivamente en nuestras manos, que este mundo no depende de Dios, sino que depende de nosotros. “Vayan por todo el mundo a proclamar el Evangelio”, que es ante todo luchar por la justicia, que es el primer grado de amor: esto es misión nuestra, pero no lo queremos pensar, porque interpela nuestra responsabilidad y nuestro compromiso.
Donde hay una injusticia allí tiene que haber un profeta para denunciarla. Tenemos que luchar sin desfallecer, con los oprimidos de la tierra, por un mundo más justo para todos los hombres y para toda la creación, porque los grandes y poderosos no lo van a hacer, porque "ni temen a Dios ni les importan los hombres".
Parlamentarios: No aprueben leyes que beneficien a los grandes y poderosos, sino que estén al servicio del bien común de toda la sociedad, con opción preferencial por los que menos tienen y más sufren, porque lo necesitan más.
Jueces: Juzguen con justicia, pues "no torcerás el derecho, no harás acepción de personas, no aceptarás soborno, pues el soborno cierra los ojos de los sabios y pervierte las palabras de los justos. Justicia, solo justicia, has de buscar" (La Biblia, Deuteronomio 16,19).

Recordemos  las palabras de la escritora estadounidense (nacida rusa) Alissa Zinovievna Rosenbaum, conocida por el seudónimo de Ayn Rand, que en 1950 escribió:
Cuando adviertas que para producir necesitas obtener autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes no trafican con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y por influencias más que por su trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos sino, por el contrario, son ellos los que están protegidos por ellas contra ti; cuando descubras que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un auto-sacrificio, entonces podrás afirmar, sin temor a equivocarte, que tu sociedad está condenada.
Ojalá que los jueces hagan bien su trabajo en estos juicios y ello contribuya a renovar la ética y la moralidad personal y publica de nuestro país y podamos confiar en la justicia.

Si no lo haces ahora, quizás se quede sin hacer


«El hombre «es barro y vocación de Dios»

Más allá del mal omnipresente en el mundo está la misericordia sal­vadora de Dios que quiere sacarnos del abismo, una misericordia creadora que ha envuelto al hombre desde antes de su historia y que la Biblia ha recogido en el mito arcaico del Paraíso, que, como anota González Fáus, es «simplemente la imagen y semejanza divinas del hombre»[1]Al propio hombre le toca evitar que ésa que pudiéramos llamar «vocación al Paraíso» se frustre; de ahí su responsabilidad histórica.
Parece hora ya, entonces, de que nos dejemos de fantasías y volvamos nuestra mirada a las realidades vi­vas de Dios y de su plan de salvación que es lo que realmente importa: Dios-Padre de las misericordias, de quien todo procede; Jesucristo, el en­viado del Padre, Dios y hombre verdadero, Palabra definitiva del Padre y Salvador uni­versal; Espíritu Santo, promesa y don del Padre y del Hijo, que habló por los pro­fetas y sigue hablando en la Iglesia y en el mundo de hoy, que actualiza y nos descu­bre el sentido de las palabras de Jesús; Iglesia de Jesucristo, co­munidad de salvación, que tiene como misión anunciar a Cristo muerto y re­sucitado y está al servicio de to­dos los hombres; y el hombre, con sus grande­zas y sus miserias, en su origen y desa­rrollo, social e históricamente situado.
Al fin y al cabo, estamos «programados» para la vida, para la ascensión, para Dios. Y, como decía Tomás de Aquino, «forzaría a la piedra quien le impusiera una fuerza superior a la gravedad para que la piedra subiera, en lugar de caer; la trans­formaría, en cambio, quien hiciera que la piedra no tuviera gravedad»[2]
El hombre hace parte de aquella creación que Moltmann calificaba como de «sistema abierto» y que nos habla de una criatura que es siempre «posibilidad de»[3]. Incluida esa posi­bilidad tan increíble que nos revela Cristo: la de ser como Dios. 
A quien sólo mire la letra y se olvide del Espíritu que da vida, le ocurrirá lo mismo que a los judíos, que leen a Moisés y las Escrituras, pero no los en­tienden. Un velo les impide ver su sen­tido. Sólo con Cristo se rasga ese velo (cf. 2 Cor 3,14-18) y se puede ver que, gracias a El, todos tenemos «capacidad para ser como Dios» y para hacer real el gran desa­fío que él mismo nos lanzara. Porque -escribe González Fáus- «el hombre «es barro y vocación de Dios»[4]. Y sólo el amor misericordioso de Dios, su agapé, puede hacer que el barro se convierta en Dios, sacar perfección de la nada, y lograr que el hom­bre-miseria sea un hombre-santo. Sólo para eso el Verbo se hizo carne, renunciando a ser Dios.
Toda esta espiritualidad la sintetizó Juan Eudes en unos cuantos postulados y oraciones. Bástenos por ahora recordar sólo una  de ellas:
«¡Nada quiero, y lo quiero todo; Jesús es mi todo: fuera de él todo es nada; quítame todo, pero dame ese solo bien; y todo lo tendré, aunque no tenga nada». SAN JUAN EUDES[5].




[(1)Creo importante retomar aquí lo que yo mismo escribí en otra parte: «Sin confianza en el mundo moderno, preámbulo para la cordial acogida del hombre real y concreto, no hay posi¬bilidad alguna de «evangelizar. Mientras nuestra pastoral siga ofreciendo una imagen radi¬calmente pesimista o negativa de la humanidad, los evangelizadores de hoy y los de mañana continuarán desconfiando de los hombres e incapacitándose, por ello mismo, para iniciar la «nueva evangelización». Por falta de amor y de confianza, muchos carecen y carecerán del necesario «ardor» que se nos pide. Valdría más sentirnos pobres e indignos ante el Dios que nos llama gratuitamente y ofrecer humildemente nuestras manos o nuestro silencio solidario a  esa multitud de hijos de Dios y hermanos, que van haciendo camino a nuestro lado bajo la mirada amorosa de un Padre que no se desentiende de la felicidad de nadie. Por eso la nueva evangelización exige que empecemos dándole hondura y calidad humana a toda nuestra pas¬toral». Cf. R. RIVAS, Vasijas nuevas, cap. V: Los caminos del Exodo, p. 129.

(2)Paradójicamente, el boom actual de la religiosidad de cuño oriental, está revalorizando ele¬mentos de la enseñanza tradicional de la Iglesia que últimamente no tenían mucha acepta¬ción; es el caso, precisamente, del pecado original, gracias a la “ley del karma”; el legado kármico puede entenderse como una más entre las maneras de expresar lo que la Iglesia ha venido enseñando sobre el pecado original y el mérito, «una herencia psíquica que discurre paralelamente a nuestro programa genético, que si en algunos casos puede constituir una ven¬taja moral, en otros quizá entrañe una servidumbre de la mente y la voluntad a unas pautas establecidas en el pasado y casi incorregibles». TOOLAN, David S., «Reencarnación y gno¬sis moderna», Concilium 249 (1993), 837.

(3) Cf. sobre este tema KIERKEGARD S., «El concepto de angustia», en Obras y Papeles, VI, MADRID, 1965, P. 70-78;  DUBARLE A.M., «La pluralité des pechés héréditaires dans la tradition agustinienne», en Revue des Etudes Agustiniennes (1957) , 113-136; GONZALEZ FAUS J.I., Proyecto de hermano, Salamanca, 1988, p. 3 366-392; RAHNER K., «Consideraciones teológicas sobre el monogenismo», en Escritos Teológicos, I, 307; LA¬DARIAL F., Antropología Teológica, Roma, 1983, p. 216.

(4) GONZALEZ FAUS J.I., Proyecto de hermano, p. 115.

(5) O.E., 2a. ed., p. 132,

martes, 15 de noviembre de 2016

Impactante testimonio de san Juan Eudes sobre su nacimiento



El 14 de noviembre celebramos el nacimiento del fundador de nuestra comunidad, hecho que fue un asombroso milagro.
Alguna vez se ha preguntado: ¿Qué pasaría si san Juan Eudes no hubiera nacido? Probablemente tenga respuestas para tal interrogante: no pasaría nada, pues otro hubiese podido hacer esta tarea con un estilo diferente o como pensamos los que nos matriculamos en su escuela: el mundo se habría perdido de un gran santo enamorado de Dios al extremo.
Pues bien, san Juan Eudes, el gran enamorado de Dios y, por supuesto, de la Santísima Virgen María, vino al mundo gracias a un milagro que la Reina del cielo le concedió a los padres del joven normando.
Pero dejemos que el mismo Juan nos cuente lo que sucedió:
“Por un maleficio que les había sido inferido, mis padres pasaron tres años, desde su matrimonio, sin tener hijos; hicieron entonces voto a la Virgen María, de ir a nuestra Señora de Recouvrance, lugar de devoción mariana en la parroquia de Tourailles, diócesis de Séez. Habiendo quedado encinta mi madre, volvió en peregrinación con mi padre a dicha capilla, en la que me ofrecieron y consagraron a nuestro Señor y a nuestra Señora.
Soy tuyo, Señor Jesús, soy tuyo Señora María;
Recibidme y poseedme totalmente para gastarme íntegramente, con Jesús, con María, con todos los santos,
en alabanza y gloria eterna de la Santísima Trinidad.
Amén, amén; hágase y cúmplase así.
Alabad al Señor que da un puesto en la casa a la estéril
como madre feliz de hijos.
” (Memorial de los beneficios de Dios, 3)
¡Su nacimiento es un verdadero milagro para él! El fundador de nuestra bendita Congregación, nació en Ri, población ubicada en Normandía, Francia, el día 14 de noviembre de 1601: Dios me concedió la gracia de nacer de un padre y de una madre de mediana condición, temerosos de su santo Nombre; tengo sobrados motivos para creer que murieron en su gracia y en su amor, nos recuerda en el Memorial de los beneficios de Dios, una especie de diario, donde escribía los acontecimientos más relevantes de su vida.

A los dos días fue bautizado.